Escribes para que te lean, y no hay nada de malo en ello
La importancia de abrazar el deseo profundamente humano de ser comprendidos
Hoy comparto una reflexión acerca del acto de escribir, publicar y recibir apoyo de los lectores. Quizá es el artículo más breve que publicaré en esta sección, pero lo considero igualmente válido para complementar los temas que estamos explorando en Desde el oficio. Parte de la inspiración provino de un artículo que leí1, y de mi experiencia misma, por supuesto. Sin más, te deseo una feliz lectura.
Te doy la bienvenida a Desde el oficio, una sección en la que comparto reflexiones basadas en mi experiencia de más de una década como escritor. Este es un espacio pensado para hablar, con franqueza y sin adornos innecesarios, sobre lo que significa ser escritor en estos tiempos. Si aún no te has enterado de qué va todo esto, te invito a leer este artículo.
En Substack he estado encontrando frases del tipo «No me importa que nadie me lea, escribo para mí mismo». Esta misma actitud ya la había visto en Facebook, Instagram y Tumblr. Escritores que dicen esto como si fuese malo esperar recibir algo de validación de los lectores.
Por otro lado —quizá esto es peor—, están aquellas personas que cuando ven a un escritor intentando buscar un público, llegar a más lectores, optan por aconsejar lo mismo: «No esperes reconocimiento, escribe sólo para ti».
La idea de escribir únicamente por pasión, por pasatiempo, está extendida y enraizada en la creencia errónea de que el arte no debe ser remunerado o, lo que es peor: que no debe aspirar a captar más atención que la de su creador. Eso es algo que ya vivimos y a lo que estamos, por desgracia, acostumbrados, pero es triste cuando esta creencia limitante proviene de los mismos artistas, que dicen crear arte para sí mismos como si fuese una forma de disculparse por aspirar a algo más.
Yo, obviamente, estoy aquí para decirte que no. Aunque lo hayas pensado alguna vez, tu arte no es sólo para ti, y cuando lo publicas, no lo haces solamente por ti.
Piénsalo:
Si sólo escribes para ti, ¿te hubieras tomado el tiempo de crear una cuenta en Instagram —o una página en Facebook— exclusivamente para tus escritos?
Si sólo escribes para ti, ¿hubieras abierto tu propia newsletter?
Si sólo escribes para ti, ¿cuál es la necesidad de pensar en tener un seudónimo, una buena firma, un logo?
Si sólo escribes para ti, en definitiva, ¿por qué publicas?
Si sólo escribieras para ti no tendrías ni un blog, ni una estética, ni usarías hashtags en cada publicación que haces, ni lo subirías a tus historias.
Me parece que esta actitud de «escribo para mí mismo» es totalmente incoherente, pero, sobre todo, parte de una necesidad no satisfecha que tenemos todos los artistas, o debería decir, todos los seres humanos: la necesidad de atención, de que nuestra voz se escuche y sea respetada, cuando no apreciada.
Supongo que esto de manifestar no esperar nada ocurre porque, cuando iniciamos un proyecto literario en cualquier plataforma, es natural empezar sin likes, sin seguidores, sin interacción, sin nada. Los números en el insight son cero. Publicar y no tener un buen alcance suele ser desalentador, y muchos escritores, tal vez como una forma de autoconsuelo, se parapetan tras esa excusa de «bueno, al fin y al cabo, no es mi objetivo llegar a la gente, me basta con que me guste a mí». Pero esto no debería ser así. Claro que te gustaría que te lean, que compartan tus textos, que te regalen likes, que comenten.
El acto de publicar como complemento al acto de escribir
Hace un par de semanas, en este artículo, mencionaba que existen escritores que no necesitan publicar para sentirse realizados, que el solo acto de escribir les bastaba, lo cual, sinceramente, me parece perfecto, pero cuando se trata de tomar la escritura como oficio, no basta con escribir solamente. Hay que publicar.
Escribir para uno mismo es un acto de introspección; publicar, en cambio, es un acto de comunicación. La diferencia es sutil, pero esencial: cuando escribes sólo para ti, las palabras funcionan como un espejo; cuando las publicas, se convierten en un puente. Y como siempre digo: ningún puente se sostiene de un solo lado.
El proceso creativo no consiste únicamente en escribir, sino que también es un acto de comunicación. Significa aceptar que tus palabras serán leídas desde otros ojos, interpretadas desde otras experiencias, comprendidas —o mal comprendidas— por alguien más, que será tan humano como tú. Y es que un texto nunca está terminado hasta que es leído. Es con los lectores que el proceso de creación se completa. No somos seres unidireccionales, por mucho que como escritores tengamos tendencia hacia el retraimiento o la introspección. Desde el momento en que lo publicas, el texto deja de ser sólo tuyo y pasa a formar parte del mundo, a vivir en la mente y en la sensibilidad de quien lo recibe.
Al publicar no sólo compartes un texto, sino que entras en un diálogo. Dejas de ser únicamente autor para convertirte también en interlocutor que ofrece un mensaje, y ese mensaje ha de ser recibido por alguien. Si el texto no es leído, no hay comunicación. Y sin comunicación, no hay arte.
La literatura, en ese sentido, no ocurre en el aislamiento. Ocurre en el encuentro: entre quien escribe y quien lee, entre lo que se dice y lo que se comprende. Cada lectura reescribe lo que has escrito. Cada lector le da una interpretación única. En ese intercambio es donde la literatura cumple su propósito más profundo: conectar, lograr resonancia.
No hay nada de malo en querer ser leído, en conectar con otras personas, en esperar que tus textos sean compartidos, en anhelar el mensaje de un lector que te diga cuánto le gusta lo que escribes. Lo que sí está mal es que pienses que no mereces nada de eso.
Piensa en un cuadro expuesto en un museo y que todo el mundo ignora. O en una canción que no recibe reproducciones. Así, un texto publicado en internet, si no cumple con su objetivo inherente de ser leído, su existencia tambalea. Es natural —y hasta necesario, incluso— que busques llegar a un público, crear una comunidad en torno a tu arte.
El deseo de ser leído no te vuelve superficial, te vuelve humano
Se confunde mucho el deseo de ser leído con vanidad, como si aspirar a que nuestras palabras lleguen a otros fuera una forma de alimentar el ego, y no una forma de buscar conexión.
Pero el deseo de ser leído no nace del ego, sino del deseo de trascender, de dejar algo en otro. Es un impulso tan antiguo como el lenguaje mismo: hablar y esperar ser escuchado. Desde las primeras historias contadas alrededor del fuego, hasta los textos que hoy se publican en internet, el acto de comunicar ha sido siempre un puente entre dos soledades.
Ser leído significa haber encontrado a alguien que detiene su vida por unos minutos para entrar en la tuya. Y eso a mí siempre me ha parecido algo maravilloso. Cuando alguien te lee, te está entregando su tiempo, y ese acto es profundamente humano. Queremos ser leídos porque queremos ser comprendidos. Queremos compartir lo que sentimos, lo que pensamos, lo que amamos o tememos. Porque, muy en el fondo, guardamos la esperanza de que alguien pueda identificarse con lo que escribimos, y pueda hacer suyas nuestras palabras, nuestras experiencias.
Anhelar lectores no te hace menos artista; te recuerda por qué empezaste a escribir: para comunicarte, para existir un poco más allá de ti.
Cuando la literatura cumple su propósito
Escribes para que te lean, sí, pero no sólo por el simple acto de ser leído. Escribes porque esperas que alguien, en algún lugar, se reconozca en tus palabras. Esa es la verdadera magia de la escritura: cuando lo personal se vuelve universal, cuando lo que nació del silencio de uno termina acompañando el silencio de muchos.
La literatura se justifica por su capacidad de tocar lo intangible: esa emoción, ese pensamiento o ese recuerdo que el lector llevaba dentro y que tus palabras lograron despertar.
Escribes para que te lean, sí, pero sobre todo para que alguien, en algún lugar, reconozca algo de sí mismo en lo que has escrito. Y cuando eso ocurre, la literatura cumple su propósito.
Por eso, cuando dices que no buscas que te lean, que sólo escribes para ti, estás —tal vez sin saberlo— limitando tu trabajo. Y por experiencia propia puedo decirte que el autosabotaje es de las peores cosas que te pueden pasar en este oficio.
Escribo esta reflexión para que, dentro de lo posible, elimines esta limitante de tu vida. Como artista independiente, te toca construir los cimientos de tu oficio por tu cuenta, buscarte un lugar, hacerte notar, perseverar hasta que haya una o más personas que se interesen en tu arte. Ese es un trabajo arduo, lo sé por experiencia. Que no te dé vergüenza admitir que te gusta que te lean. Que no te haga sentir culpable pedir apoyo. Tu arte es valioso, y merece ser visto, apreciado, compartido.
Palabras finales
En el artículo de la semana pasada mencioné que no debería ser tu objetivo orientar toda tu energía a complacer a un algoritmo que te promete viralidad. Y aunque lo parezca —por momentos me lo pareció también—, el artículo de hoy no contradice esa premisa, sino que la complementa.
Como artistas, buscamos compartir lo que creamos con personas que aprecien nuestro trabajo, pero debemos cuidarnos del riesgo que implica dejarnos seducir por esa promesa de ser vistos por miles de personas y no conectar con ninguna. La viralidad, al fin y al cabo, es más una cuestión de azar y estrategia que de talento.
Hay que tenerlo claro: no se trata de buscar una multitud, sino de quedarse con los lectores adecuados, aquellos con los que podamos tener una conexión genuina. Y sí, hay que hacer el esfuerzo de buscar a esos lectores.
A propósito de hacerse notar en internet, te dejo esta nota que me gustó mucho, que espero te sirva como motivación:
En el próximo artículo abordaré el tema del estilo de escritura: qué es, qué no es, y cómo forjarse uno. Lo he tenido que reservar hasta ahora porque lo estoy puliendo como se debe.
Gracias, de corazón, por leer el artículo de hoy.
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Sin más, me despido por hoy. Te mando un abrazo desde este rincón del mundo.
Que estés muy bien.
Con cariño:








