Eres escritor, no creador de contenido
Una reflexión acerca de cómo podemos equilibrar ambas actividades para cuidar una audiencia sin perder la calidad de nuestro trabajo
Hoy las redes sociales han borrado casi por completo la frontera entre lo que significa ser escritor y lo que significa ser creador de contenido. Un mismo espacio —Instagram, Facebook, TikTok, incluso Substack— puede albergar tanto un poema trabajado durante meses como un reel improvisado de diez segundos. Ambos reciben me gusta, ambos se comparten, ambos parecen ocupar el mismo lugar en la atención del lector. Y ahí surge la pregunta que deberíamos hacernos con honestidad: ¿queremos ser recordados por un post viral que dura apenas unas horas en el feed, o por una obra que pueda leerse dentro de veinte años?
Te doy la bienvenida a Desde el oficio, una sección en la que comparto reflexiones basadas en mi experiencia de más de una década como escritor. Este es un espacio pensado para hablar, con franqueza y sin adornos innecesarios, sobre lo que significa ser escritor en estos tiempos. Si aún no te has enterado de qué va todo esto, te invito a leer este artículo.
El algoritmo premia la inmediatez; la literatura exige permanencia.
Atrás quedaron aquellos días en que los artistas, e incluso los creadores, se tomaban un tiempo para publicar nuevo contenido. Si, por ejemplo, eres de aquellos que esperaba cada viernes para ver un nuevo vídeo de Germán Garmendia, sabes de lo que hablo. Y esto es algo que pasaba también con los escritores: no publicaban todos los días.
Hoy las reglas del juego cambiaron. Y aunque apoyo la idea de adaptarnos a los nuevos tiempos, debo hacer hincapié en el hecho de no dejar de lado la razón primordial por la que escribimos, no olvidar aquello que nos hizo querer ser lo que somos: escritores, artistas, artesanos de la palabra que anhelan la trascendencia literaria.
El espejismo del contenido
Si algo he notado es que, ya sea por necesidad o simple aspiración, el escritor contemporáneo vive la tentación de convertirse en influencer. Publicar todos los días, agradar al algoritmo, rebosar carisma, medir su valía en números: likes, compartidos, seguidores. Esa dinámica puede dar la ilusión de éxito, pero en realidad es un espejismo.
El riesgo es evidente: escribir deja de ser un trabajo profundo para convertirse en una carrera por visibilidad. El tiempo que debería destinarse a corregir un poema, a reescribir un capítulo o a leer a otros autores, se va en diseñar imágenes, grabar vídeos, pensar en hashtags. La obra se posterga, porque lo urgente —la próxima publicación— parece siempre más importante que lo esencial.
Ejemplos no faltan. El novelista que deja a medias un manuscrito para concentrarse en producir hilos virales en X. El poeta que, en lugar de trabajar un poema hasta que alcance su mejor forma, prefiere montar reels en Instagram con frases breves y música de fondo. Ambos obtienen visibilidad inmediata, pero a costa de algo más valioso: el tiempo que podría haber sido dedicado a construir una obra duradera.
El lujo que no podemos darnos
Sé lo que implica tener y, sobre todo, cuidar una audiencia: publicar contenido constantemente para no salirte del radar de tus seguidores y siempre estar presente, congraciándote con un algoritmo al que nunca terminas de entender. Créeme, lo sé. Pero la escritura, como oficio, no va de eso.
Y antes de continuar, debo aclararte que no te estoy diciendo que dejes de publicar en tus redes sociales. Si ya tienes una audiencia, un público, haz lo posible para no perderlo, pero no te dejes llevar por el afán hasta permitir que las redes te esclavicen.
Ya lo he dicho con anterioridad, pero vivimos en una época en la que los artistas debemos lidiar con, literalmente, millones de publicaciones que aparecen a diario tanto en Instagram como en Facebook, y la plataforma del scroll infinito por excelencia: TikTok. En esta misma lista añadiría también a Substack, por cierto.
Lo cierto es que, nos guste o no, como artistas —específicamente como escritores independientes—, estamos obligados a entrar en el juego y usar las mismas reglas que el resto de creadores de contenido.
No podemos darnos el lujo de tomarnos la escritura a jornada completa: sentarnos a escribir durante ocho horas, mantenernos al margen de las redes sociales, teniendo la plena seguridad de que una editorial grande apostará por nuestro trabajo y publicará el próximo libro que escribamos. No. Ese lujo se lo pueden dar escritores de renombre como, por, ejemplo, el fallecido Mario Vargas Llosa, que no tenía redes sociales y, por lo tanto, no sentía el peso de la constante aprobación social a diario. O Carlos Ruiz Zafón, quien, aunque contaba con una cuenta de Instagram y una página en Facebook, estas eran administradas por la editorial con la que había firmado contrato, y no por él. De hecho, el caso de Zafón es más curioso porque, incluso, evitaba inmiscuirse en el mundillo literario local para dedicarse en exclusiva a escribir, algo que ni Vargas Llosa hizo en vida, ya que él, a diferencia de Zafón, asistía a eventos literarios, ofrecía numerosas entrevistas, y más… en fin.
Nosotros, en cambio, tenemos que aprender a manejar nuestra faceta de escritor y de creador de contenido al mismo tiempo.
Como ya lo mencioné más arriba, esto implica pasar horas grabando y editando vídeos, diseñando imágenes, respondiendo mensajes, interactuando. Y a menos que tengas una voluntad férrea para salir de ese bucle por cuenta propia y concentrar el resto de tu día a cosas más importantes, el encanto de las redes sociales puede llegar a absorberte y, cuando menos te das cuenta, ya has perdido horas viendo reels y vídeos en TikTok.
El oficio del escritor vs. la lógica del creador de contenido
El creador de contenido trabaja para el instante. Su tarea consiste en captar la atención —esa moneda fugaz que se devalúa con cada scroll—. Piensa en lo que vende, en lo que entretiene, en lo que genera interacción. Su relación con el público es inmediata: necesita likes, reproducciones, comentarios, presencia constante. Vive en el tiempo del algoritmo, donde el valor de una idea se mide por su alcance y no por su trascendencia. Crea contenido más para el algoritmo que para las personas.
El escritor, en cambio, trabaja para el largo plazo, porque no busca atención, sino permanencia. No crea piezas desechables, sino que construye una obra: una arquitectura de lenguaje, pensamiento y sensibilidad que resulte atemporal, de tal modo que, sin importar el día en que sea leído, siga resultando vigente. No escribe para que lo miren hoy, sino para que lo lean mañana.
El creador de contenido fabrica fuegos artificiales: breves, luminosos, capaces de maravillar por unos segundos antes de desvanecerse. El escritor, en cambio, construye hogueras que se encienden poco a poco, que arden despacio, pero que, una vez que resplandecen, nadie puede apagarlas: iluminan y acompañan en la oscuridad a quien las encuentran.
Ambos pueden usar las mismas herramientas —una pantalla, una red social, una cámara—, pero los objetivos son distintos: la visibilidad inmediata frente a la trascendencia.
Y por esta divergencia de procesos es que, aparentemente, la literatura no puede adaptarse al algoritmo.
Porque mientras el algoritmo premia la frecuencia, la literatura exige silencio. El escritor que se somete a la lógica del «publica o desaparece» empieza a olvidar la naturaleza de su oficio: el tiempo que conlleva el trabajo interior.
La literatura necesita reposo, espera, maduración. Un texto se macera despacio: se escribe, se reescribe, se deja descansar, se corrige. No hay atajos posibles. El algoritmo, en cambio, castiga la pausa. Si no publicas, te borra del mapa. Si te detienes a pensar, te vuelve invisible.
Y ahí comienza el riesgo: el escritor que antes escribía para la literatura —y por extensión, para el lector real—, ahora empieza a escribir para el algoritmo.
Escribe para ser visto, no para decir algo. Produce, no crea. Se adapta al ruido, olvida el silencio.
Pero el ruido no deja huellas. La atención que hoy se gana en segundos se evapora igual de rápido. El algoritmo puede darte visibilidad, pero no forjará tu identidad, aquella que te toca construir en soledad, lejos del aplauso inmediato, en ese lugar íntimo donde sólo quedan tú, las palabras y el tiempo.
Un texto que sobrevive 24 horas en un feed no es lo mismo que un texto que puede leerse dentro de 24 años.
La verdadera relación con el lector
En el universo del contenido, el lector es visto como un consumidor: alguien a quien hay que retener, entretener, sorprender constantemente para que no se desplace al siguiente vídeo o al siguiente post. Pero esa relación es efímera y utilitaria; se basa en la atención, no en el vínculo.
La literatura, en cambio, busca otra cosa. En lugar de entretener, conmueve, transforma, perdura. El escritor no escribe para ofrecer una gratificación inmediata, sino para sembrar una huella. La relación que la literatura propone es más humana y más profunda: la de un encuentro entre dos conciencias que se reconocen en las palabras.
Un lector literario no es un seguidor ni un número en una estadística. Es un interlocutor, un ser humano que entra en tu mundo, que se deja transformar por él y que, a su vez, te transforma. Por eso, no deberías mirar a tus lectores como consumidores de posts, sino como compañeros de viaje en una obra mayor.
Publicar en redes puede ser útil —¿a quién no le gustaría ser descubierto por miles de personas gracias a la viralidad?—, pero no debe sustituir el trabajo de fondo, ya que la profundidad es lo que hará que alguien quiera volver a leerte.
Publica contenido sin sacrificar tu calidad literaria
Ahora bien, con todo esto, quiero recordarte lo que te dije al inicio de este artículo: el hecho de que ser escritor no sea lo mismo que ser creador de contenido, no significa que debas descuidar a tu audiencia, con lo difícil que es en estos tiempos hacer crecer una.
Si publicar un libro no te hace escritor, publicar contenido no literario tampoco te hace menos escritor. Siempre es bueno cuidar a tus lectores. Como ya te lo había mencionado, al ser escritores independientes, no podemos darnos el lujo de mantenernos al margen de las redes sociales, pero tampoco de descuidar nuestra faceta artística, que es lo que más debería importarnos.
Al final, es cuestión de mantener un equilibrio. Y para esto te daré algunos consejos que pueden servirte:
Dedica tiempo diario a tu obra principal. Tu novela, tu poemario, tu libro de ensayos o tus relatos merecen el mejor momento de tu día. Aunque no los publiques todavía, aunque nadie los lea por ahora, ese trabajo silencioso es el que construye tu legado. Lo que no se ve también forma parte del oficio.
Publica textos que has escrito con anterioridad, mientras sigues escribiendo nuevos textos sin prisa. Publicar textos que tienes guardados te permite no abandonar tu ritmo de publicación en redes sociales y, al mismo tiempo, trabajar con calma en nuevas producciones para que, cuando las tengas listas, las publiques más adelante. Si tienes un libro publicado, te servirá compartir fotografías de algunos fragmentos, y de paso lo promocionas para que tus lectores lo adquieran.
Si tienes textos de hace unos meses que han funcionado bien, podrías publicarlos nuevamente pero cambiando el formato. Pasa de imagen a vídeo, de texto a voz. Eso te permite ahorrarte el trabajo de dedicarte a crear contenido 100 % original, lo que, al mismo tiempo, te dará un respiro. Recuerda: no eres una máquina de fabricar textos. No te dejes llevar por la presión. Ve siempre a tu ritmo para no descuidar la calidad de tus publicaciones.
No te obsesiones con la frecuencia. No te obligues a publicar todos los días. La constancia es importante, pero la calidad lo es mucho más. Un texto trabajado genera un impacto más duradero que cien publicaciones improvisadas.
Date el permiso de publicar lo que los entendidos llaman «contenido de valor»: habla acerca de tu proceso creativo, comparte consejos, experiencias, o habla de otros temas, como tus libros favoritos, lo que aprendiste de tal o cual escritor, etc. No todo lo que escribes es literatura, así que no todo lo que publiques debe serlo tampoco.
El algoritmo premia la cantidad, pero el tiempo premia la calidad. Y, al final, un solo lector que aprecia tu obra vale más que cien que sólo te regalan un «me gusta».
Si este tipo de contenido te sirve para mantener activa a tu audiencia, bien. Pero a la hora de publicar, por ejemplo, un texto literario o, ya de por sí, un libro, debes asegurarte de ofrecer lo mejor de tu arte. Que tu dedicación a crear contenido no sacrifique la calidad de tu escritura.
Tu perfil de Instagram o tu página de Facebook pueden ser escaparates para contenido que no necesariamente es literario, pero tus publicaciones oficiales no. Al final, eso es lo que más debes cuidar: libros impecables, bien escritos en todos los niveles.
La permanencia frente a la inmediatez
No confundas ser visible con ser escritor. La visibilidad es una circunstancia; la escritura, una vocación. Lo primero depende del algoritmo; lo segundo, de ti.
Ser escritor, en palabras sencillas, significa trabajar sin prisa, entendiendo que una obra necesita madurar antes de ser mostrada. Escribir es confiar en que lo que haces ahora puede tener valor dentro de años, cuando el ruido haya pasado y tus palabras se mantengan vigentes.
El creador de contenido busca trending; el escritor busca trascendencia.
El escritor no corre detrás de la novedad, no busca reproducirse, sino trascender: permanecer en el alma, en la memoria de sus lectores.
La literatura no compite con el contenido; lo trasciende. Y ahí está toda la diferencia entre una publicación que dura unas horas y una obra que puede durar toda una vida.
Palabras finales
Espero, de corazón, que sigas construyendo una audiencia cada vez más grande. Que más lectores descubran tu obra, que tu libro —si es que has publicado alguno— se convierta en el favorito de algún lector. Y deseo, también, que por mucho que esos números crezcan gracias a tu esfuerzo, nunca olvides que tu principal compromiso con la literatura debe ser crear obras de calidad, por respeto al arte, a tus lectores y, sobre todo, a ti.
Como siempre, gracias por leer el artículo de hoy.
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Sin más, me despido por hoy. Te mando un abrazo desde este rincón del mundo.
Que estés muy bien.
Con cariño:









Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?
Necesitaba leer esto y no lo sabía. Era lo que andaba buscando desde que se me ocurrió sumarme a esta red. Ahora veo que mi intuición me ha estado guiando bien, pero también veo buenos consejos que me van a ayudar a repensar por qué y para qué abrí substack. Me has hecho pensar…y dicho esto, cierro el navegador y me voy a darle a la novela. ¡Gracias!