Qué es el facilismo y por qué deberías evitarlo si amas escribir
Abraza la dificultad y la incomodidad de mejorar tu escritura
Si eres de los que publica sus escritos en redes sociales y cuentas con una considerable cantidad de seguidores, estoy seguro de que te ha pasado lo siguiente: un día publicas un texto que te ha costado meses corregir hasta lograr su mejor versión, y recibe una interacción inferior al promedio del resto de tus publicaciones (si, por ejemplo, te acostumbraste a recibir cien reacciones por cada publicación, este texto a duras penas llega a las diez). Otro día, pasa exactamente lo contrario: escribiste algo que se te acaba de ocurrir, y no te fijaste ni siquiera si tenía buena ortografía, pero al publicarlo, en menos de diez minutos ya sobrepasó la barrera de las cien reacciones a las que te habías acostumbrado.
De esta experiencia se pueden desprender las siguientes inquietudes:
¿Vale la pena realmente esforzarse por escribir cada vez mejor si al final a nadie le importa (o ni lo notan)?
Si los textos espontáneos tienen mejor alcance, ¿debería uno dedicarse a publicar textos de este tipo aunque carezcan de calidad literaria y profundidad?
¿A qué se debe esta notable diferencia en la recepción de los textos? ¿Es culpa de los lectores por «ser conformistas», o acaso es culpa del algoritmo que oculta tus publicaciones?
Tal parece que el contenido que no exige profundidad es mejor recibido que aquel que, a nuestro juicio, está mejor trabajado y tiene nuestro sello.
Luego ves a otros autores publicando textos a los que les encuentras más de dos o tres errores de redacción —por no mencionar un lenguaje pobre que evidencia su falta de recursos—, y sus publicaciones no sólo son bien recibidas, sino que también se vuelven virales en cuestión de minutos.
Esta aparente incongruencia me ha llevado a reflexionar acerca del facilismo y de cómo varios escritores cometen el error de rebajar su calidad de redacción en pos de conseguir una mayor visibilidad en las redes sociales, ya que, aparentemente, estos textos —escritos al momento, con prisa, casi sin correcciones— permiten lograr un alcance significativo, a diferencia de aquellas otras producciones mejor trabajadas y que, naturalmente, exigen un esfuerzo y tiempo mucho mayores.
Te doy la bienvenida al artículo de hoy.
Te doy la bienvenida a Desde el oficio, una sección en la que comparto reflexiones basadas en mi experiencia de más de una década como escritor. Este es un espacio pensado para hablar, con franqueza y sin adornos innecesarios, sobre lo que significa ser escritor en estos tiempos. Si aún no te has enterado de qué va todo esto, te invito a leer este artículo.
De forma concisa: ¿qué es el facilismo?
La RAE lo define así:
Tendencia a hacer o lograr algo sin mucho esfuerzo, de manera fácil y sin sacrificio.
En la literatura, el facilismo se manifiesta cuando confundimos inmediatez con eficacia, inspiración con trabajo, y emoción con profundidad. Escribir fácil no quiere decir escribir bien. Cuando un texto —con notables y contadísimas excepciones— resulta fácil de escribir, muchas veces es el resultado de no haber resistido la incomodidad de pensar más, de sentir más, de reescribir más. El facilismo es optar por el mínimo esfuerzo y pensar que acabas de escribir una frase digna del premio Nobel.
Pero no nace de un simple accidente. En el ejemplo que puse al inicio de este artículo, menciono la posibilidad de que haya autores que, al ver el beneficio de escribir textos simples, opten por continuar en esa línea para seguir recibiendo validación inmediata de parte de sus seguidores (un tema que ampliaré más adelante). Con el tiempo, esto se convierte en una práctica recurrente.
Velo de esta forma:
Facilismo = escritura rápida + esfuerzo mínimo + validación inmediata.
Esto no es más que el resultado —uno de tantos, para ser justo— de la época que vivimos, que premia la rapidez. Todo debe producirse, consumirse y olvidarse con la misma velocidad con la que se desliza un dedo por la pantalla. En ese contexto, el escritor —o el aspirante a— puede caer en la trampa de creer que su valor depende de la cantidad de reacciones que recibe y no de la calidad de lo que escribe. Esto da pie a crear frases sin trasfondo, refritos baratos, textos hechos más para impresionar que para perdurar. Se leen rápido, pero se olvidan con la misma velocidad. Así nace el facilismo: cuando escribimos para cumplir con el ritmo del algoritmo, la expectativa del público o un cronograma de publicaciones, en lugar de hacerlo para honrar un arte tan hermoso como lo es la literatura.
Con esto puedo decirte que no, la viralidad no es un sello de garantía de calidad. No porque un escritor reciba miles de likes en sus publicaciones significa que lo que ha escrito es literatura1, y viceversa: no porque sus publicaciones no tengan likes significa que no tiene talento.
Y es que el facilismo no sólo empobrece la literatura, sino que empobrece al escritor. Lo vuelve complaciente, predecible, perezoso, falto de ideas. Le roba el asombro, esa curiosidad que lo llevaba a explorar nuevas formas, nuevas imágenes, nuevas maneras de expresarse. Un escritor que se habitúa al facilismo deja de crecer, porque ya no se exige.
Te menciono todo esto porque hubo un tiempo en que yo también cedí al facilismo. No me voy a poner la careta de santo y decir que nunca he cometido este pecado, porque si hoy me doy la libertad de señalarlo, es porque sé reconocerlo: también estuve ahí. Como escritor, sé que el facilismo te ofrece comodidad, porque al no haber exigencia, tampoco hay progreso, y sin progreso, no hay evolución.
Por eso es importante huir del facilismo. Y eso implica abrazar la dificultad, la incomodidad. Implica entender que la literatura no busca el aplauso inmediato, sino la construcción paciente de una voz que perdure. Un texto bien trabajado puede no viralizarse, pero deja una huella más profunda que cualquier frase hecha para ganar likes.
Con esto no te estoy diciendo que descuides tus redes sociales, ya que, si estás mostrando tu arte al mundo, supongo que tienes una cuenta en Instagram, o una página en Facebook, o un sitio en alguna plataforma donde publicas tus textos con frecuencia. Estamos prácticamente obligados a publicar a diario. Es parte del juego, las reglas no las ponemos nosotros. Pero incluso con eso es posible ofrecer un trabajo de calidad. Se trata de hallar un equilibrio2.
Por eso, si alguna vez sientes que escribir te cuesta, no te frustres: ese esfuerzo es señal de que vas por buen camino. Lo fácil se olvida rápido; lo difícil, en cambio, se recuerda, porque cala más hondo y se instala ya no sólo en la memoria, sino también en la misma experiencia de vida de los lectores. ¿O acaso un texto nunca se te quedó grabado días, semanas, meses e incluso años después de haberlo leído? A mí me ha pasado, y estoy seguro de que este efecto fue producto de un esfuerzo por parte del autor: llegar a cierto nivel no es una cuestión de uno o dos días, sino de meses —o años— de trabajo.
Por qué el facilismo seduce, y por qué mata tu voz
El facilismo seduce porque recompensa hoy lo que la escritura de verdad paga después. Te da señales claras de «éxito» sin pasar por la parte incómoda: trabajar. Pero ese trueque tiene costo, pues aplana tu voz hasta volverla intercambiable.
Dopamina de la inmediatez (likes, vistas)
Publicas, vibra el teléfono, suben los números. El cerebro aprende rápido: menos esfuerzo = más recompensa. Esa asociación te empuja a repetir la fórmula que funcionó, incluso si era pobre.
Ilusión de productividad (publicar mucho vs. escribir mejor)
El contador de posts sube, la calidad del oficio no. Confundes volumen con avance. Escribir más rápido no es escribir mejor: sin capas de revisión, sólo multiplicas errores bien adornados. Y cuanto más llenas el feed, menos toleras el silencio necesario para trabajar a solas.
Consecuencia central
El facilismo te acostumbra a no tolerar la incomodidad creativa: esa fricción donde aparecen los hallazgos (cortar una frase con la que te encariñaste, cambiar de ángulo, investigar, dejar reposar). Cuando eliminas esa fricción, eliminas también la posibilidad de mejorar tu trabajo. El resultado es un tono plano, una voz genérica que cualquiera podría firmar.
Consejo práctico: si tu proceso no incluye al menos una decisión que duela (cortar, reordenar, empezar de cero un párrafo), probablemente estás eligiendo seducción sobre oficio.
Una guía útil
No es lo mismo ser simple que ser simplista; no confundas la fluidez con la pereza, ni la eficiencia con el atajo. Esto puede servirte como guía para detectar si estás cediendo o no al facilismo. No es una guía definitiva, por supuesto, pero creo que puede serte útil de igual forma:
Diferencia entre ser simple y simplista
Ser simple es escribir claro y preciso; transmitir ideas complejas y expresarlas de tal modo que lleguen con nitidez al lector. La simpleza legítima surge de elegir: eliges qué dejar, qué cortar y qué sugerir. Mantienes la complejidad de la idea, pero ordenas los enunciados que la expresan.
Ser simplista, en cambio, es recortar hasta vaciar el sentido: quitas matices, apilas frases, cambias pensamiento por moraleja3. El texto se lee fácil y rápido, pero no permanece.
Diferencia entre fluidez y pereza
La fluidez consiste en construir un buen ritmo de lectura, no en quitar los obstáculos. Proviene de cortar redundancias, distribuir la información, variar la longitud de las frases y ajustar el párrafo. Requiere ensayo y reescritura.
La pereza se disfraza de «me salió de corrido»:
No revisas, no cambias el orden, no cuestionas la metáfora que escribiste al primer intento.
No cambiaste ni un verbo en la segunda pasada.
Todas las frases tienen la misma extensión (son igual de largas o igual de cortas).
Las metáforas funcionan porque son conocidas, no porque sean tuyas.
Diferencia entre eficiencia y atajo
La eficiencia ordena el proceso para pensar mejor: investigación enfocada, notas claras, esquema flexible, una o dos pasadas de edición con objetivos distintos (sentido » ritmo » precisión). Te ahorra tiempo sin sacrificar las etapas esenciales.
El atajo elimina lo que más importa: no lees, no verificas, no dejas reposar, no pides una crítica que incomode. Publicas rápido porque la ansiedad pesa más que el criterio.
Resolución de las cuestiones
Ahora voy a responder a cada una de las cuestiones que formulé al inicio de este artículo:
¿Vale la pena realmente esforzarse por escribir cada vez mejor si al final a nadie le importa (o ni lo notan)?
Sí. Hoy más que nunca, de hecho. Porque entre tantos que escriben para complacer, tú puedes diferenciarte por tu autenticidad. Y, sobre todo, porque tu oficio no es un compromiso con el algoritmo ni con los lectores potenciales, sino contigo mismo como escritor. Muchas veces —obviamente, no siempre— la magia de un texto profundo que se lee de manera fluida está en hacer pensar que su escritura ha resultado fácil. Cuando el lector avanza párrafo tras párrafo, página tras página, casi sin darse cuenta. El texto lo envolvió al punto de hacerle perder la noción del tiempo.
Si los textos espontáneos tienen mejor alcance, ¿debería uno dedicarse a publicar textos de este tipo aunque carezcan de calidad literaria y profundidad?
Todo va a depender de tu objetivo.
Hay escritores que prefieren no ceder a la presión del algoritmo y cuidar cada publicación que realicen, aunque publiquen, digamos, un texto a la semana. Sí, se corre el riesgo de perder alcance, pero al mismo tiempo se mantiene esa tranquilidad mental de no ser absorbido por las redes sociales cuando hay otras responsabilidades que reclaman tu atención fuera de ellas.
Otros, en cambio —entre los que me incluyo—, preferimos compartir textos breves para mantener la atención y no salirnos del radar de nuestra audiencia mientras, tras bambalinas, seguimos forjando nuestro oficio para ofrecer un mejor trabajo en los libros que publicamos, que son, a fin de cuentas, las publicaciones más importantes que hacemos como escritores. Después de todo, si queremos vender libros, debemos llegar a más personas y, nos guste o no, la mayoría de potenciales lectores los conseguimos gracias al algoritmo. En este oficio —como en cualquier otro— debemos optar por cierto pragmatismo si deseamos obtener retribución por nuestro esfuerzo.
Ya en este artículo toqué el tema de cuidar nuestra audiencia sin perder la calidad de nuestro trabajo. Te invito a leerlo si aún no lo has hecho.
Sea cual fuere tu objetivo, lo importante es que priorices, por encima de todo, tu paz mental: que disfrutes de lo que haces.
¿A qué se debe esta notable diferencia en la recepción de los textos? ¿Es culpa de los lectores por «ser conformistas», o acaso es culpa del algoritmo que oculta tus publicaciones?
La experiencia dicta que es un poco de esto, un poco de aquello…
Pero creo que, además, muchas veces confundimos lectores con consumidores de contenido. No son lo mismo y, por desgracia, los lectores son minoría. Hay quienes te siguen porque les gustó una o dos frases tuyas, pero que, por mucho que el algoritmo se los recomiende, no estarían dispuestos a leer un poema o un relato, textos que son más extensos. Esos son consumidores de contenido. En cambio, los lectores —los de verdad—, no tienen problema con leer escritos más largos.
Por otro lado, el algoritmo por lo general suele ser impredecible, pero es verdad que prioriza publicaciones que capten con efectividad la atención de los usuarios —que no lectores—, y si tu poema dividido en un carrusel de cinco imágenes no logra ese objetivo, hay mayor riesgo de que lo invisibilice. Esa es la razón principal por la que muchos autores ceden al facilismo: porque pueden crear contenido sin esfuerzo en mayor cantidad y con muchas más probabilidades de que se haga viral.
Palabras finales
Creo que el facilismo es un camino por el que tarde o temprano nos sentiremos tentados a transitar. El problema no está en ceder al facilismo, sino en quedarnos estancados en él, conformarnos.
Si amas escribir —si amas la literatura—, evitarás el facilismo a como dé lugar. Tu arte te lo agradecerá.
Hoy por fin he publicado este artículo que llevaba tiempo queriendo compartir. Si te has dado cuenta, es un complemento al artículo que publiqué en esta sección (que puedes leer aquí), por lo que aprovecho para recordarte que todos los artículos que publico son interdependientes.
Muchísimas gracias por tu tiempo y tu atención.
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Sin más, me despido por hoy. Te mando un abrazo desde este rincón del mundo.
Que estés muy bien.
Con cariño:
Al respecto, recomiendo leer mi artículo No todo lo que escribes es literatura.
Para ampliar este tema, lee mi artículo Eres escritor, no creador de contenido.
«Cambiar pensamiento por moraleja» es saltarte el camino (observación y matiz) para entregar un dictamen. El lector no necesita que le digas qué debe pensar; necesita que le hagas ver algo y le abras el espacio para pensarlo contigo.






