Querido diario:
La aplicación del pragmatismo en mi vida se torna cada vez más interesante, dolorosa y al mismo tiempo altamente efectiva. Esta última vez ha sido con una chica de la que me enamoré aun sabiendo que lo nuestro no iba a funcionar. ¿Por qué tengo cierta debilidad por los imposibles? En una reunión de amigos, el más cercano a mí, al enterarse de que no llevo ningún avance con una chica que conozco del gimnasio y con la que aparentemente hay posibilidades, les dijo a los demás: «Es que ella le diría que sí, por eso no lo intenta». En fin, que me terminé enamorando, querido diario. Hablo de la chica imposible.
La chica imposible es guapa. Cinéfila, de buenos gustos musicales, y de niña soñaba con ser cantante y actriz. Cierta debilidad por el erotismo, la poesía y las buenas historias. Creativa, autoexigente, sentimental. Una romántica empedernida. O eso me hizo creer. No voy a mentirte, querido diario: parte de su encanto era el hecho de que mostraba un interés genuino en mí; supo apelar a esa área de mi vida que casi siempre olvido que existe, la de hacerme sentir especial, como si, contrario a lo que he pensado siempre, hay algo rescatable en todo mi desastre.
Estábamos bien. En las últimas semanas la rutina casi no nos permitía entablar conversaciones frecuentes, pero no era ningún problema. No había día en que no hablemos, ni que no nos recordemos lo mucho que nos queríamos. Pero un día simplemente se acabó. Y tuve que irme de su vida, así, de forma tajante. No diré exactamente lo que hizo, simplemente diré que traicionó mi confianza, de ese tipo de traiciones para las que no doy segundas oportunidades. Supongo que ya te imaginarás.
Mi lado sentimental me pedía a gritos que no lo hiciera, que errar es de humanos, que tuviera en cuenta los sentimientos, los de ella y los míos, pero mi lado racional, el pragmático, me dijo que dar segundas oportunidades tras las traiciones es traicionarme a mí mismo. Me obligó a recordar aquella vez que me prometí, con lágrimas en los ojos, que jamás me iba a volver a perder por alguien que no me valora. Rompí esa promesa varias veces, pero en estas últimas ocasiones, mi voluntad se ha hecho más fuerte, y no he vuelto a traicionarme, querido diario. A pesar del dolor.
Porque duele. El hecho de ver a alguien salir de nuestra vida, cuando nos abandona, es una tragedia que puede afectarnos a nivel emocional y físico; pero también el hecho de sacar a alguien de nuestra vida nos afecta. El marcharnos aunque no queramos, el alejarnos sin planearlo. Es desprenderse de una parte de nuestra alma, arrancarnos de dentro esa esencia suya que ya comenzaba a ser también nuestra, y sentir que en ese acto de aparente desprecio se va también parte de nosotros. Porque el dolor que viene después, cuando esa persona intenta regresar pidiendo una segunda oportunidad, provoca una lucha interna, y la determinación firme de no dársela es también negarnos a nosotros mismos el volver con ella. Su dolor se convierte en nuestro dolor, su desesperación la sentimos también nosotros. Porque en el fondo la seguimos queriendo y anhelamos decir que sí, que todo está olvidado, pero si algo me ha enseñado la experiencia es que el respeto, una vez que se pierde, jamás se recupera, y la segunda oportunidad es sólo el inicio de una espiral que tendrá el mismo desenlace. La historia nunca será igual aunque tenga los mismos protagonistas. Nunca.
Casi nadie menciona que ser fiel a uno mismo puede implicar el desprendernos de aquello que amamos, que es nuestro, aunque suene contradictorio. Quizá no lo mencionan porque saben que hay ciertas experiencias que no merecen ningún anticipo ni advertencia, y que para poder construir ese carácter que nos permita afrontar las malas circunstancias, habremos de enfrentarlas primero con la falta de recursos propia de los inexpertos.
Ese carácter, querido diario, es el que ahora me permite decir no sin que me tiemble la boca.
El pragmatismo implica, en el esfuerzo de lograr objetivos, evaluar la utilidad práctica de ciertas acciones o pensamientos para darlos por válidos, y muchas veces, esa utilidad predomina por sobre lo que consideramos correcto. Es decir, no se trata de ser moralmente buenos, sino objetivamente eficientes. Como filosofía de vida, nos enseña que las cosas que poseemos tienen un valor útil, que las personas tienen un rol que cumplir en nuestra vida y que no debemos intentar moldearlas de acuerdo a nuestras expectativas, ni mucho menos esperar recibir lo mismo que les entregamos. En términos más amplios, el pragmatismo nos permite comprender que, como individuos que son, tienen la libertad absoluta de irse cuando quieran. Eso nos adjudica la obligación de no crear lazos sentimentales o emocionales con ellas, precisamente para evitar sufrir cuando nos falten.
Un ejemplo que me gusta usar para ilustrar esto es el siguiente: imagina que en el día más importante de tu vida alguien que amas mucho te da un regalo. Digamos, un reloj de pared. Conforme pasan los años, ese reloj sufre ciertos desperfectos y lo tienes que reparar más de una vez, pero llega el día en que ese reloj ya no tiene arreglo, y entonces tienes dos opciones: o lo conservas por el valor sentimental que tiene, o lo botas porque simplemente ya no sirve y, en términos prácticos, guardarlo será un estorbo. Entender que ese reloj es un simple objeto que cumplió con su vida útil y que, más allá, no tiene razón de ser, resulta mucho más sano que aferrarnos al recuerdo y querer mantenerlo, ocupando forzosamente un espacio que bien podría servir para otro objeto de mayor utilidad práctica.
Pues lo mismo, pero con las personas, por muy cruel que suene.
Si un familiar deja de cumplir su rol de familiar y te hace la vida imposible; si un amigo deja de cumplir su rol de amigo y se aleja; si una pareja deja de cumplir su rol de pareja y te traiciona; si un compañero deja de cumplir su rol de compañero y te quita su apoyo, ¿qué queda por hacer? ¿Aferrarnos a ellos sólo porque los consideramos especiales? El pragmatismo nos hace establecer prioridades. Y si nuestra prioridad es tener paz y felicidad, habremos de deshacernos de las personas que no nos aportan, para lograr esa prioridad. El pragmatismo nos hace entender también que aferrarnos a ellas nos desvía de nuestro objetivo, al guardar sentimientos que comienzan a hacernos daño a nosotros mismos. Esto no quiere decir que debamos odiarlas, sino entender que, en su libertad, dejaron de elegirnos, y nosotros, en pleno ejercicio de la nuestra, decidimos alejarnos, sin culpas ni apegos.
No es algo fácil, desde luego. El dolor de desprendernos de quienes amamos es algo que nos va a acompañar en el proceso de alcanzar la resiliencia, y muchas veces este dolor será algo que llevaremos en silencio, siempre oculto, siempre fingiendo que todo está bien aunque sea para tratar de convencernos de que así será tarde o temprano, hasta que ese día llega finalmente, y nos damos cuenta de que seguir ese camino ha valido la pena.
Eso fue exactamente lo que me ocurrió con la chica imposible, querido diario. Por experiencia ahora sé que lo único que me permite superar las rupturas y los alejamientos es el contacto cero, por eso me salí de su vida de esa forma tajante, porque hasta que el sentimiento que aún tengo por ella se esfume por completo, no debo dar mi brazo a torcer y más bien debo poner mi bienestar mental como prioridad. Ya fue suficiente de ese Heber indulgente que fui por tantos años y del que más de una vez se aprovecharon. He dejado no sólo a la chica imposible, sino también a falsos amigos, familiares, excompañeros, gente en la que alguna vez confié. Al final —me doy cuenta ahora— uno termina abrazando la soledad por necesidad, porque comprende que el único que tiene la obligación de pretender su felicidad es uno mismo, y deja de esperar algo de todo el mundo, incluso de aquellos que se supone que iban a amarte incondicionalmente. Por eso los círculos sociales se reducen tanto, pues sólo se quedan aquellos que demuestran ser de valía.
Y ahora, para evitar ese sufrimiento que causa el ver a quien amo irse de mi vida, he decidido que no volveré a entablar lazos sentimentales con nadie. Apagar los sentimientos, controlarlos, reprimirlos, y canalizar esa energía para llevar a cabo proyectos personales, que es lo que he estado haciendo hasta que decidí arriesgarme. La vida de un hombre es esencialmente solitaria, después de todo. Es algo que pude notar con los años, al ver a mi padre luchar solo, al ver a amigos sobrellevar sus cargas solos, al ver y escuchar las experiencias de otros hombres, que tuvieron que luchar solos, sobreponerse solos, siempre en silencio, sin quejarse, y resurgir más fuertes, para seguir luchando solos, convirtiéndose en autosuficientes. ¿Por qué iba a ser distinto conmigo? Así que, si voy a estar solo, por lo menos dejaré de lado los sentimentalismos, para sobrellevar de la mejor manera esta soledad y hacerla lo más fructífera posible.
Por ello mismo, ya no culpo a nadie, querido diario, pero tampoco voy a permitir que mi propia conciencia me haga cargar con remordimientos de culpas ajenas. A mí se me falla una sola vez, porque no doy segundas oportunidades. Si a alguien le duele el haberme perdido, es un dolor que esa persona se está permitiendo sentir, no es ninguna responsabilidad mía y, por lo mismo, no debo darle importancia ni me dedicaré a sobrepensar las cosas. Yo lidio con mis demonios todos los días, y eso ya es suficiente como para también lidiar con los de alguien más. Eso también me lo enseñó el pragmatismo. Y voy a seguir aprendiendo.
Confío en poder contarte más cosas luego, querido diario. Hay tantos temas de los que me gustaría hablar. Voy a dejar de reprimirme cuando tenga alguna idea, y escribiré más seguido. Necesito retomar ese hábito de comunicarme contigo con asiduidad.
Hasta entonces:
Heber.
Lo adoré, gracias por compartirlo ✨♥️
Me pregunto Heber, todo en el contexto de tu escrito. Como personas ¿Que papel cumplimos en la sociedad? ¿cómo la hacemos mejor? ¿con el pragmatismo?