Carta 7. Los cambios que me aquejan
Y mi alejamiento temporal de las redes
Querido lector:
Como siempre, mi vida está llena de cambios. Esta vez me tocó mudarme de ciudad por trabajo. Cada vez tengo más cuentas que pagar, supongo que es parte de la vida adulta o, mejor dicho, de las malas decisiones que uno toma como joven ingenuo. En cuestión de dinero, este es uno de los peores años que estoy atravesando. Así que dejé mi ciudad, y actualmente estoy en una empresa cuyo horario me exige sobrevivir con apenas cuatro o cinco horas de sueño al día. Y no exagero.
Nunca he sido de los que duermen sus ocho horas completas, pero si al dormir poco le sumamos jornadas de actividad intensas, el golpe se siente más fuerte durante el día. Me he acostumbrado a sobreponerme a base de buenas dosis de energizantes. Es lo que toca por ahora. Por eso, al final, no quedan ganas ni de entrar a las redes... Como le comentaba a una amiga en estos días, estoy en un punto en que no puedo ni pensar en escribir.
Sin embargo, hay una red social que no ha quedado sin actividad, y es Substack, más que nada porque, antes de viajar, me encargué de programar publicaciones hasta por dos meses, para no tenerlo inactivo. Así que, los que están suscritos, han estado recibiendo con regularidad nuevos textos en sus correos. Textos que no he compartido por aquí1 por obvias razones. Pido perdón por la ausencia: realmente han sido días de cansancio. No sé por cuánto tiempo seguiré así, pero si soy sincero, no tengo intenciones de que esto cambie pronto. Las responsabilidades pesan más que el deseo, y tarde o temprano uno tiene que fajarse bien los pantalones y afrontar la vida como lo que es: una constante vorágine de cuestiones por resolver.
Esto me aleja de mi pasión por la escritura, o más bien, de compartir lo que escribo, pero como ha pasado anteriormente, siempre vuelvo. Son días de replanteamientos, además. Alejarme de las redes sociales me ha servido también para dedicar mis escasas horas libres a retomar un pasatiempo que antes dejaba en segundo plano por estar pegado a las pantallas: leer. Me he traído tres libros y en todo este tiempo apenas hoy he terminado de leer el primero, y eso que ya había avanzado más de la mitad antes de llegar a esta ciudad.
No voy a mentir diciendo que me gusta mi trabajo. Es de esos que, a cambio de ofrecerte una buena paga, reducen tu rutina a una desconexión de la realidad tal para no sentir que el tiempo pasa, mientras esperas el momento en que la jornada termine y por fin volver a casa a dormir cuatro horas para, apenas despertar, alistarte para una nueva jornada. La figura se invierte: uno vive en la empresa y va a casa de visita, sólo a dormir. Y apenas. Llega un punto en que las acciones se automatizan. Uno se da cuenta de que las horas pasan por la cantidad de actividades que realiza y no por mirar el reloj. El sedante viene cada quincena en forma de bálsamo pasajero. Todo el dinero se evapora apenas llega a la cuenta. Los acreedores no dejan de llamar. Los intereses no dejan de subir. Una vez escuché decir a alguien: «La plata está para mirarla nomás», porque claro, todo se va en pagar deudas. A veces me pregunto en qué momento llegué a esto. Un adulto joven, sin compromisos de ningún tipo, arrastrado por deudas que no son suyas (aunque de esto no quiero hablar por ahora), que apenas come y apenas duerme, soportando jornadas intensas y recortando cada gasto como si tuviera ocho hijos que mantener. Yo, que tanto me he cuidado de traer vástagos no deseados al mundo. Si algún día escribo mi autobiografía, no sé qué título llegaré a ponerle, pero sí sé que la palabra «ironía» estará incluida. Lo cierto es que mi vida ahora consiste en corregir los errores que yo mismo he cometido. Al menos me hago cargo de eso. Al menos...
A pesar de todo, el escritor sigue ahí. Resentido, mirándome apenas, sin dirigirme la palabra. A veces lo convenzo de escribir algo, como ahora, pero la mayor parte del tiempo yo mismo me obligo a recluirlo. Y en esas pocas ocasiones de libertad, me he permitido escribir en mi diario. Ideas, dudas, planes, recuerdos, anhelos... todo está ahí. Es el único lugar donde la totalidad de lo que escribo carece de ficción. Y es el puente que me une, a modo de consolación, con el escritor que me habita. Por eso no suelto ese diario, por eso sigo escribiendo a mano, aunque sea unas cuantas líneas, cuando el cansancio no me hace caer sobre el colchón apenas pongo un pie en esta casa. Porque me recuerda que, antes que escritor, soy humano, y que necesito también sentirme comprendido, soltar lo que me abruma, convertir mis inquietudes en palabras que tal vez nadie vaya a leer nunca pero que me sirven para nombrarlas. Que no todo está perdido, porque me queda aún ese fuego en el alma que me confirma que aunque pase toda la vida afrontando cambios, hay algo que permanecerá inalterable: mis ganas de escribir, mis ganas de expresarme sin permiso, sin autorización, sin rendirle cuentas a nadie en absoluto. Es lo único que sigue siendo completamente mío y que nadie podrá quitarme: la libertad que sólo se puede encontrar en la escritura.
Pero bueno, lo dicho, que por ahora esta es mi realidad. Seguramente volveré a las andadas algún día, y las publicaciones retomarán su habitual frecuencia. Hasta que ese día llegue, seguiré refugiándome en las páginas de mi diario, en este, mi blog de Substack, mi única ventana abierta con el mundo de internet, confiando en que al menos queda alguien a quien mis palabras le sigan llegando, alguien que me siga buscando, que siga esperando una nueva publicación, que revise su bandeja de entrada con ansias de ver mi nombre en el remitente de los correos que le llegan…
Con cariño:
Me refiero a mi página de Facebook. Este texto fue escrito originalmente para ser compartido ahí.