Bloqueo creativo en la escritura: la importancia de entenderlo para poder gestionarlo
Uno de los desafíos más grandes que tenemos como escritores
El cursor parpadea sobre la pantalla en blanco. Llevas ahí diez, tal vez veinte minutos, y nada. Has abierto y cerrado la ventana del documento ya varias veces, has revisado el correo, has mirado el celular «por si acaso», pero las palabras no salen; la inspiración parece no haber acudido a la cita. Al final suspiras con resignación y dices: «Tengo un bloqueo». Como si hubiera aparecido un muro invisible entre tú y las palabras.
La palabra «bloqueo» suena casi diagnóstica, como si fuese un todo o nada: o las frases salen, o no salen. Pero muchas veces, cuando decimos «tengo bloqueo creativo», lo que en realidad tenemos es otra cosa: cansancio, desorden, miedo, desánimo. Un conjunto de piezas que no hemos aprendido a distinguir y que metemos en el mismo saco, como si fueran lo mismo.
Y es que a veces el bloqueo no es más que falta de hábito: llevas días o semanas sin tocar el texto, cada intento te cuesta el triple y confundes la fricción normal que causa el retomar el trabajo con un problema profundo. Otras veces es miedo a empezar: sabes más de tu historia de lo que admites, pero te aterra escribir el primer párrafo «mal» y decepcionarte (esto es algo que me ha pasado con muchísima frecuencia). También están esos malos días normales en los que la cabeza está en otra parte —en el trabajo, en la familia, en la cuentas que hay que pagar, incluso en los libros pendientes— y pretendes escribir como si nada. En ocasiones, el atasco es una señal de que el texto necesita ajustes: la trama no funciona, el personaje parece tener vida propia y escapa de los márgenes que le has dado, o simplemente la forma que elegiste no te sirve.
Lo fácil es llamar a todo esto «bloqueo». Lo difícil —y en la praxis, útil— es separar las capas.
Porque no es lo mismo necesitar construir un hábito que necesitar descanso. No es lo mismo trabarte por pánico en la página en blanco que trabarte porque el proyecto, tal como está, ya no te interesa, o está tan mal planteado que simplemente no funciona. No se resuelve igual el día árido en que tu atención no aparece por ningún lado, que la temporada larga en la que cada intento se estrella contra la misma pared.
La idea eje del artículo de hoy será que, si no sabes qué tipo de bloqueo tienes, no sabrás qué llave usar para deshacerte de él.
Si crees que todo es el mismo muro, vas a aplicar la solución equivocada una y otra vez. Vas a castigarte por no «tener disciplina» cuando lo que te falta es ajustar la historia. Vas a acumular ejercicios de escritura para «vencer la página en blanco» cuando el problema no es el inicio, sino que ya no te interesa aquello que te obligas a contar. O vas a tomarte un descanso infinito cuando, en realidad, lo que necesitabas era una rutina suave y constante, aunque sea de diez minutos al día.
En todos los años que llevo de escritura he aprendido que el tema del bloqueo creativo tiene muchísimas facetas y niveles, y aunque he querido abordarlo todo en un solo artículo, la naturaleza misma del tema me haría extenderme demasiado (ya de por sí, los artículos que publico en esta sección no se caracterizan por ser breves, precisamente), así que hoy me centraré en desarrollar una idea útil: la de «desarmar» el bloqueo, o de mirarlo de cerca para aprender a dividirlo en partes manejables. Vamos a observar cuatro formas en las que suele presentarse:
Cuando escribir sin ganas se siente imposible y confundimos disciplina con tortura.
Cuando los microbloqueos de un mal día se convierten en drama existencial.
Cuando la página en blanco parece más poderosa que todo lo que ya sabes.
Cuando el propio texto te está enviando un mensaje y te niegas a escucharlo.
No son las únicas facetas del bloqueo, pero sí son algunas de las más frecuentes. Y, sobre todo, son facetas para las que existen herramientas específicas, más amables y más eficaces que simplemente pensar en algo como «no sirvo para esto».
En las próximas secciones vamos a explorar estas cuatro facetas y, aunque ya lo sabes, debo decirte que no esperes una receta mágica para salir del bloqueo —ya que no existe—, pero puedes ver lo que te traigo hoy como un pequeño resplandor en medio de la oscuridad que te indica hacia dónde ir, pero siempre esperando que cada paso los des por cuenta propia. Si algo de este artículo te ayuda con eso, me sentiré más que realizado.
Empecemos por la faceta más incómoda de todas, la que menos nos gusta admitir, esa en la que no hay musa, no hay epifanía, no hay ganas, pero que —y esto ya lo sabes—, si quieres tomarte en serio tu oficio, necesitas enfrentar. Pasemos del mito de la inspiración y miremos a la escritura como un músculo que también necesita ser entrenado.
Te doy la bienvenida a Desde el oficio, una sección en la que comparto reflexiones basadas en mi experiencia de más de una década como escritor. Este es un espacio pensado para hablar, con franqueza y sin adornos innecesarios, sobre lo que significa ser escritor en estos tiempos. Si aún no te has enterado de qué va todo esto, te invito a leer este artículo.
1. Escribir sin ganas: el músculo que debes entrenar
Sí, existen días en los que escribir se siente placentero. Días en los que las frases se concatenan solas, las imágenes aparecen casi sin esfuerzo en un orden musical armonioso, como si pudieras oír una voz dictándote todo al oído. Si sólo conociéramos esos momentos, sería fácil creer que la escritura es eso.
Pero el problema es todo lo demás.
La mayoría del tiempo, escribir se parece menos a una epifanía y más a ir a entrenar al gimnasio una mañana cualquiera, con frío, sueño, pendientes y la cabeza en otra parte. Es entonces cuando aparece la excusa perfecta, el clásico: «Hoy no estoy inspirado, mejor escribo mañana». Si escribir sólo cuenta cuando viene la musa, cualquier incomodidad se convierte en licencia para no hacerlo.
1.1. Debemos desromantizar la inspiración
Sí, la inspiración existe, es real, poderosa, a veces incluso necesaria. Pero es una visita intermitente, no un sistema fijo. Llega cuando quiere, se queda el tiempo que se le antoja y, sobre todo, no firma contrato de exclusividad con nadie.
La escritura, en cambio, es un oficio —nuevamente: el título de esta sección no es casual—. Y un oficio no puede depender de visitas caprichosas. El carpintero no deja de trabajar porque no se siente particularmente inspirado a medir tablas ese día. Un panadero no abandona la masa porque no ha tenido una revelación sobre el aroma perfecto del pan. Trabajan igual, con más o menos gusto, porque hay un proceso que llevar a cabo.
Con la escritura pasa algo parecido: puedes seguir escribiendo en días grises, cansados, poco gloriosos. Tal vez ese día no descubras la mejor frase de tu vida, pero mantendrás el músculo de la escritura tonificado. Paradójicamente, cuanto más sostienes la práctica, más a menudo aparece la inspiración. No al revés.
Desromantizar la inspiración no es despreciarla; al contrario, nos permite reconocerla, pero siempre poniéndola en su sitio. Es bueno agradecer cuando viene, pero de nada sirve si usamos su ausencia en excusa automática para abandonar la página a media redacción.
1.2. Forzar vs. sostener una práctica mínima diaria
Hubo un tiempo en que pensaba que la mejor manera de salir de un bloqueo creativo era «obligarse» a escribir de todos modos. No te voy a mentir: funciona, pero hacerlo sin una práctica constante previa es un desatino. No es cuestión de exigirte escribir tres horas diarias ininterrumpidas como si se pudiera pasar del sofá al maratón en una semana, por ejemplo.
Hay una diferencia importante entre forzarte y mantener una práctica diaria:
Forzar es imponerte metas que no convergen con tu energía ni con tu vida real. Es inviable escribir tres horas diarias cuando trabajas, estudias, cuidas, y apenas tienes espacio mental. La consecuencia es predecible: fallas, te culpas, confirmas la idea de que «no sirves» y abandonas.
Mantener una práctica diaria es marcar un tiempo pequeño, casi modesto, pero innegociable. Diez o quince minutos al día en los que tu única tarea es estar frente al texto, aunque sea avanzando poco.
Piensa en el gimnasio: no levantas cincuenta kilos en press de banca el primer día. Es un aumento de peso progresivo que comienza con la barra misma, sin discos. Lo importante al inicio no es ni el rendimiento ni el peso, sino acostumbrar al cuerpo a ir. Y este es un proceso que se repite aunque ya hayas entrenado con anterioridad: si dejas de ir, el músculo se desacostumbra y hay que volver a empezar. Con la escritura, lo que debes entrenar no es sólo tu estilo, sino tu capacidad de escribir incluso cuando no hay ganas, aun cuando ya lleves tiempo en este oficio.
1.3. Rutinas pequeñas que puedes llevar a cabo
El músculo de la escritura —como cualquier otro— se entrena con repeticiones. Algunas formas simples de mantener el ritmo de escritura:
Escribe diez minutos al empezar o al terminar el día. No necesitas más para que tu cabeza se acostumbre y haga de la escritura un hábito. Tal vez una mañana sólo escribas dos líneas; otro día, esos diez minutos se convierten en veinte y ya podrías alcanzar a escribir una página.
Quince minutos con una sola regla: durante ese tiempo sólo está permitido escribir. No editar, no releer mil veces la misma frase, no corregir comas, no revisar el correo ni ver notificaciones. Nada. Es un lapso breve, pero protegido.
Detalles: ten a la mano una bebida específica, tal vez una playlist que sólo usas para escribir, o ve a un rincón de la casa, incluso si es una esquina de la mesa. Son señales que tu mente aprenderá a captar: cuando se cumplen estas condiciones, toca entrar en modo escritura.
Recuerda que el objetivo de estas rutinas no es que cada sesión sea intensa, sino que sea previsibles.
1.4. Celebrar el hábito, no el nivel del texto
Si cada vez que escribes mides el día preguntándote si lo que escribiste fue bueno, te vas a frustrar muy rápido. Porque no, no todos los días vas a escribir algo brillante. De hecho, la mayoría de los días no. Y está bien.
En lugar de evaluar la calidad de cada sesión, pregúntate algo más sencillo y objetivo: «¿Escribí o no escribí hoy?». Es un criterio más justo y más útil a largo plazo. Y el bloqueo por falta de ganas empieza a perder poder, porque ya no dependes de sentirte inspirado para escribir; basta con cumplir el acuerdo diario contigo mismo.
Puedes apoyarte en cosas muy concretas:
Un calendario en la pared donde marcas con una cruz o un punto cada día que cumpliste tu cuota mínima.
Un tracker en tu cuaderno o en una aplicación, donde el éxito del día es simplemente «escribí mis diez/quince minutos».
Pequeñas recompensas por rachas (una semana seguida, dos semanas, un mes). Nada extravagante —aunque, claro, dependerá de ti, eres libre—: un café especial, una tarde de lectura, un pequeño regalo simbólico.
Parecen cosas nimias, lo sé. Pero funcionan. Cuando comencé a escribir estos artículos que publico cada miércoles, mi objetivo era compartir mi experiencia, aquello que me ha servido en mi propio camino como escritor, pero también lo que me consta que les ha servido a otros escritores. Y estos consejos, si bien yo no los sigo todos (¿para qué mentir?), sí sé que los ponen en práctica colegas y amigos que han compartido su experiencia conmigo y que les han permitido mejorar su escritura.
2. Microbloqueos: esos «días áridos» en los que nada sale
Ahora bien, incluso cumpliendo un hábito, hay días en los que te sientas, cumples con tu rutina, abres el documento y, aun así, nada parece surgir. Todo se siente torpe, distante, flojo, forzado.
Eso ya no es una cuestión de constancia. Aquí aparecen esos «microbloqueos» que visitan a cualquier escritor: días raros, dispersos, en los que el texto se estanca.
La reacción suele ser dramática: «Ya está, se rompió. Se acabó la racha. Otra vez tengo un bloqueo». Pero no siempre es así. No hay que darle muchas vueltas. A veces, simplemente, es un mal día. Y todos tenemos malos días.
2.1. Diferencia un mal día de un bloqueo profundo
Lo primero es dejar el drama a un lado. Un mal día es sólo eso: un mal día. Y puede verse así:
Estás disperso porque has dormido poco o estás preocupado por otra cosa.
Tu energía está baja, tu atención salta cada dos minutos, tu cabeza vuelve a WhatsApp, a la factura pendiente, a esa conversación incómoda.
En el documento, nada termina de cuadrar. El texto, aunque estancado, luce bien, eres tú el que está en otra frecuencia.
Un bloqueo profundo, en cambio, tiene otro matiz:
La sensación de atasco se repite durante semanas, siempre en el mismo punto, con la misma frustración.
Por más que descanses, cambies de horario o te des un respiro, vuelves al texto y el «muro» sigue exactamente ahí.
No se trata sólo de un día nublado: es una estación entera de niebla.
La creatividad no es una máquina de fábrica que produce siempre lo mismo: es irregular por naturaleza. Hay ciclos, subidas, bajadas y planicies. Pretender que todas las sesiones de escritura tengan la misma intensidad es una forma elegante de torturarte.
Por eso, antes de anunciar la catástrofe, merece la pena hacerte esta pregunta sencilla:
¿Esto me está pasando hoy, o me lleva pasando varias semanas seguidas?
Si la respuesta es «hoy», quizá no necesitas un plan de rescate, sino otra cosa: un plan B para sobrevivir creativamente al día árido.
2.2. Planes B para días áridos
Cuando tu texto principal se niega a avanzar, tienes dos opciones:
Quedarte mirando la pantalla y dejar que el tiempo pase.
Cambiar de actividad, pero mantenerte escribiendo de algún modo.
Los planes B son formas más ligeras de seguir en contacto con el lenguaje cuando la cabeza no da para sostener la historia que quieres contar.
Algunas alternativas concretas:
Copiar a mano un párrafo que admires de otro autor. Abre un libro que te guste, elige un fragmento y cópialo en tu cuaderno. Te servirá para calmar las ansias que surgen por no poder escribir nada, para mantener tu concentración y, sobre todo, para afinar el oído. Recordarás cómo suena el lenguaje bien trabajado.
Describir algo que tengas delante. Tu habitación, la mesa donde escribes, la vista desde tu ventana, una escena cotidiana, una foto que tengas a mano. Sin presionarte por la originalidad o el desarrollo de una trama. Sólo observa y pon en palabras lo que ves, hueles, escuchas.
Ejercicios pequeños y muy concretos:
Escribe una escena sólo con diálogo, sin acotaciones, a ver hasta dónde entiendes lo que ocurre.
Escribe una escena sin adjetivos, obligándote a elegir verbos más precisos y a trabajar con acciones.
Reescribe un recuerdo propio en tercera persona, como si le hubiera pasado a alguien más; eso te entrena para tomar distancia de tu propia experiencia.
La idea es que el día no se pierda del todo y que se conviertan en calentamiento, en mantenimiento del músculo. Sigues siendo el tipo de persona que escribe, aunque ese día no empuje su proyecto estrella.
A largo plazo, estos planes B construyen algo importante: la certeza de que no necesitas estar siempre en tu mejor versión para sentarte a trabajar con las palabras.
2.3. Normalizar la irregularidad
El problema no es la existencia de días áridos; el problema es la interpretación que hacemos de ellos. Si cada sesión menos productiva la etiquetas como «bloqueo creativo», tu narrativa interna se convierte en una especie de profecía: «Siempre me bloqueo», «Nunca soy constante», «No tengo lo que se necesita». Los escritores, conscientemente o no, llevamos una dosis de drama interna, no hay que incrementarla adrede.
Conviene recordarlo sin adornos:
No todo día de poca productividad es señal de crisis.
No toda incomodidad merece el nombre de bloqueo.
Un criterio que podría servirte:
Si al día siguiente vuelves, te sientas, y el texto ya fluye un poco mejor, lo que tenías ayer era un microbloqueo, no una tragedia que ponga fin a tu oficio.
Aceptar que tu rendimiento variará no es conformismo, es realismo. Nadie espera que un músico toque cada día al máximo de su capacidad; nadie espera que un atleta bata récords en cada entrenamiento. ¿Por qué tú esperas que cada sesión de escritura sea brillante?
Cuando normalizas la irregularidad —que no la mediocridad—, los días áridos dejan de ser prueba de que «no sirves» y pasan a ser parte estadísticamente lógica del proceso. No te encantan (creo que a nadie), pero tampoco te asustan tanto, y es lo que importa.
Ahora bien, no siempre el atasco surge en mitad del camino. Muchas veces aparece antes de la primera frase. No es tanto que hayas tenido un mal día, sino que cada vez que te plantas frente al documento, algo dentro de ti se congela. Ahí el problema no es el clima general del día, sino la forma en que miras la página en blanco.
De eso va la siguiente sección: desmontar la idea de que no sabes nada y empezar desde lo que ya tienes.
3. La página en blanco no es el problema
La página en blanco tiene mala fama. Parece un enemigo mítico, casi una criatura sobrenatural que devora ideas. Pero, si somos honestos, la página en blanco no hace nada: sólo está ahí, existiendo. Lo que se mueve —y se bloquea— es lo que pasa dentro de tu cabeza cuando la miras.
Cuando dices «no sé por dónde empezar» suena a vacío total. Como si tuvieras la mente limpia, esterilizada, sin una sola pista. Pero, obviamente, rara vez es así.
3.1. Desmontar el mito de «no sé por dónde empezar»
La afirmación central es esta: cuando dices «no sé», en realidad sabes alguna cosa. No todo, es verdad (ni tramas, ni líneas temporales, ni orden de sucesión de eventos), pero sí algún fragmento concreto de tu relato:
Una escena crucial que no se te va de la cabeza.
Una frase que te pareció perfecta para incorporar a la historia y que se te ocurrió mientras caminabas.
Una imagen: alguien que te devuelve la mirada en un café, un atardecer en la playa, una calle inundada.
Un diálogo suelto: dos personas discutiendo, alguien haciendo una confesión, tal vez una pregunta incómoda.
«No sé por dónde empezar» suele significar más bien:
Sé demasiadas cosas sueltas y quiero que el comienzo sea perfecto, ordenado y brillante desde la primera línea.
Carlos Ruiz Zafón dijo una vez: «Una historia no tiene principio ni fin, tan sólo puertas de entrada». Y yo agregaría que te des la libertad de entrar por cualquiera de ellas. No por el inicio perfecto, no por un final impactante —ya habrá tiempo para obsesionarse con eso—, sino por cualquiera de las aristas que te lleven hacia el corazón mismo de la narración.
Porque el problema no es la falta total de contenido, sino el nivel de exigencia con el que miras ese contenido. Desactivar el mito empieza por admitir que sí tienes algo que decir, y que eso, por mínimo que sea, te sirve para arrancar.
3.2. Empezar desde el medio
Más de una vez nos hemos topado con la idea de que «empezar bien» significa empezar por el principio. Como si tuvieras la obligación de clavar la primera línea definitiva de la obra al primer intento. Si llevas tiempo escribiendo relatos, cartas o poemas, sabes perfectamente que no siempre es así.
Te propongo otra cosa: empieza por el medio.
En vez de quedarte bloqueado intentando escribir el primer capítulo perfecto, ve directo a la escena que más te intriga: una pelea, un descubrimiento, una despedida. La que, si estuvieras viendo tu propia historia en una serie, estarías esperando que aparezca.
Tiene varias ventajas:
Quita presión para empezar. Ya no estás diciendo «de aquí depende todo», sólo estás jugando con una escena que te divierte y con la que te sientes cómodo para escribir.
Te permite conocerte con la historia desde dentro. Muchas veces, llegas a entender mejor a tus personajes cuando los ves actuar en un momento intenso que cuando intentas presentarlos de forma pulida en una primera página de ficha técnica.
Más adelante, cuando tengas varias escenas escritas, podrás volver atrás y construir el inicio con más calma, sabiendo hacia dónde va todo. Pero si esperas a tener el principio perfecto para empezar, es muy probable que no empieces nunca. Y esa es una lección que me tomó años aprender.
3.3. Listar escenas o fragmentos que te entusiasmen
Para llevar esto a la práctica, puedes hacer un ejercicio muy simple:
Toma una hoja o un documento nuevo y escribe como título: «Escenas que quiero ver escritas».
Sin un orden en específico, anota cinco escenas que te entusiasmen. Pueden ser muy concretas (algo como «Isabella arroja la carta a las llamas sin leerla») o más generales (la primera vez que el protagonista entra al pueblo).
No pienses en estructura, ni en cronología, ni en si esa escena va al principio, al medio o al final. Sólo apunta los detalles que quieres ver en dicha escena.
Luego, elige una: la que más ganas te dé en ese momento. Y redacta sólo esa escena, como si la historia fuera sólo eso por ahora.
El objetivo no es construir todavía la obra completa, más bien abrir una puerta lateral por la que puedas entrar. Una vez dentro, ya habrá tiempo de levantar planos más ambiciosos. Pero primero necesitas pisar el suelo de la historia en algún punto.
3.4. Ejercicios de arranque
Si aun así sientes resistencia, puedes apoyarte en disparadores muy concretos. Te propongo tres:
Empieza con un diálogo en marcha
En lugar de describir el escenario o presentar al personaje, entra directamente en una conversación. Haz que la primera línea sea algo incómodo, inesperado o revelador. Por ejemplo:
«No pienso volver a darte una oportunidad, así que decide bien esta vez».
«Encontré esto en la entrada, pensé que te gustaría verlo».
«Si te lo digo, vas a tener que dejar de quererme».
A partir de ahí, sigue el hilo: ¿quién habla?, ¿ante quién?, ¿qué ha pasado para que eso se diga ahora?
Empieza con un objeto
Elige un objeto significativo: un reloj roto, una carta, un cuchillo de cocina, una planta seca, un cuaderno escolar.
Empieza describiéndolo con calma: cómo es, qué marcas tiene, dónde está, quién lo sostiene. Haz que la historia crezca a partir de él: ¿de dónde salió?, ¿qué significa para alguien?, ¿qué pasó con ese objeto antes o qué va a pasar ahora?
Empieza in medias res
Arranca en mitad de un conflicto, sin explicaciones previas. Alguien está corriendo, alguien está llorando en un baño, alguien entra tarde a una reunión en la que ya lo están esperando, alguien está a punto de hacer algo que no debe.
No te preocupes por el contexto en la primera versión; puedes añadirlo luego. De momento, la misión es que empieces dentro de algo que ya está sucediendo.
Estos tres disparadores tienen algo en común: te ponen en movimiento, te sacan del estado mental de tener que diseñar el comienzo perfecto y te trasladan a una situación concreta en la que debes ver qué pasa.
Por supuesto, más tarde podrás reescribir, ordenar, cambiar el punto de entrada. Pero lo que no puedes editar es lo que nunca escribiste.
4. El bloqueo como mensaje: ¿qué te está diciendo tu escritura?
Hasta ahora hemos tratado el bloqueo como algo que hay que rodear: con hábito, con planes B, con trucos de arranque. Pero hay otra posibilidad incómoda: que el bloqueo, más que como obstáculo, funja como mensaje. Que tu escritura, al trabarse, esté tratando de decirte algo sobre el propio texto.
En lugar de preguntarte cómo salir del bloqueo, puedes cambiar ligeramente el enfoque.
4.1. El bloqueo como síntoma, no sólo como enemigo
El cambio de pregunta es este:
De «¿cómo lo quito?» a «¿qué intenta decirme esto?».
A veces el mensaje es bastante claro si te atreves a mirarlo:
Puede ser falta de interés real. Empezaste el texto porque sonaba inteligente, vendible o «importante», pero en el fondo no te conmueve (me ha pasado con varios ensayos que he iniciado y siguen esperando en la pestaña de Borradores).
Puede haber problemas en la trama: el conflicto no sostiene la historia, todo está demasiado fácil, o estás forzando a los personajes a comportarse de formas que no encajan con lo que has construido.
Puede ser repetición de fórmulas que ya no te entusiasman: vuelves sobre los mismos temas, los mismos giros, las mismas expresiones, el mismo tipo de final, y tu propia escritura se aburre de sí misma.
El bloqueo, visto así, es un síntoma: una señal de que algo, en el fondo del proyecto, necesita revisión. No siempre será agradable aceptarlo, pero suele ser más útil que seguir empujando a ciegas.
4.2. Preguntas guía para diagnosticar
Para traducir ese mensaje, puedes hacerte algunas preguntas concretas. No todas aplicarán siempre, pero si alguna te incomoda, es suficiente para detectar que hay trabajo que hacer ahí.
¿Estoy realmente interesado en este texto?
Suena obvio, pero no lo es, créeme. A veces estás escribiendo algo porque:
«Deberías» escribir una novela, un poemario, una crónica larga, porque «ya toca».
El tema está de moda, se comparte, se vende, pero a ti sólo te interesa a medias.
Alguien (ya sea un taller, una editorial, una audiencia) espera que sigas por ahí, y no quieres decepcionar.
Por ejemplo, llevas meses arrastrando una novela policíaca porque «es lo que la gente está leyendo», pero cada vez que te sientas a escribirla sueñas secretamente con trabajar en ese ensayo raro sobre tu pueblo. El bloqueo quizá no viene de la incapacidad, sino de la falta de ganas reales con el proyecto «correcto».
Un escritor no escribe para los demás en el sentido de que los demás determinen la ruta de su trabajo. Un escritor escribe porque cree en su proyecto, al margen del mundo y las tendencias.
¿Entiendo qué quieren mis personajes?
En narrativa, si no sabes con claridad qué desea tu protagonista, es muy fácil atascarte. El deseo —o la motivación— es lo que empuja la historia: lo que el personaje hace, lo que arriesga, lo que decide.
Si no tienes claro qué quieren, todo se disuelve:
No sabes qué harían en una situación límite.
No sabes qué elección tomarían, qué sacrificarían, qué nunca aceptarían.
Entonces, cualquier escena que escribes se siente floja, sin dirección.
Ejemplo: quieres que tu protagonista salga de su zona de confort, pero no has definido cuál es esa zona ni qué teme perder. Es natural —y hasta necesario, diría— que aparezca el bloqueo para que definas esos detalles.
¿Estoy repitiendo fórmulas que ya no me motivan?
Con el tiempo es fácil desarrollar «trucos» que funcionaron alguna vez: un tipo de giro, un tono, una estructura, que has incorporado incluso a tu estilo de escritura. Si los usas en automático, sin preguntarte si aún te interesan —o mejor: si funcionan—, tu escritura puede bloquearse.
Recurres al mismo tipo de final melancólico o irónico.
Te instalas siempre en el mismo narrador, el mismo tipo de personaje herido, la misma metáfora de siempre.
Por fuera suena a ti, claro, pero por dentro ya no te sorprende ni un poco.
Ejemplo: siempre escribes relatos de desamor con la misma voz herida y lúcida. Al principio te emocionaba; ahora, cada nuevo texto te parece una versión diluida de los anteriores. El bloqueo puede estar diciéndote: «Ya dominaste esto, prueba otra cosa».
4.3. Ajustar el rumbo sin abandonarlo todo
Cuando descubres que el bloqueo trae un mensaje, la tentación suele ser radical: tirarlo todo. Borrar el archivo, renunciar al proyecto, convencerte de que «no era para tanto». A veces sí toca soltar (lo veremos enseguida), pero muchas otras basta con ajustar el rumbo.
Antes de mandar el texto a la hoguera, puedes probar cosas como:
Cambiar el punto de vista. Si estabas escribiendo en primera persona, prueba en tercera. Si estabas dentro de la cabeza del protagonista, prueba contar la escena desde un personaje secundario que observa. A veces la historia se desbloquea sólo porque la miras desde otro ángulo.
Cambiar el tono o el registro. Quizá lo estabas contando todo con solemnidad y pide algo más ligero. O al revés: estabas siendo irónico y el tema te pide mayor seriedad. Jugar con el tono puede devolverte el interés.
Replantear el conflicto principal. Tal vez lo que creías que era el conflicto central (por ejemplo, que tu protagonista cambie de trabajo) es sólo la superficie, y lo que verdaderamente importa es otra cosa (por ejemplo, reconciliarse con su padre). Si cambias esa pieza, muchas escenas cobran un sentido nuevo.
Y puedes hacerlo a través de «mini pivotes»; es decir, movimientos pequeños que no requieren reescribir el universo entero:
Reescribe una escena importante desde otro personaje y mira qué cambia.
Pregúntate qué pasaría si tu protagonista desea lo contrario a lo que habías planteado al inicio. Si, por ejemplo, antes su objetivo era «huir de este lugar», prueba escribir una versión donde lo que más desea es quedarse y protegerlo. A veces, al invertir el deseo, descubres la historia que en realidad te interesa.
Estos ajustes rompen la rigidez y te permiten seguir dialogando con el texto sin la lógica del todo o nada.
4.4. Cuando el bloqueo indica que necesitas cerrar un ciclo
Hay una última posibilidad que cuesta aceptar: que el mensaje del bloqueo sea, básicamente, «hasta aquí».
No todos los proyectos están destinados a convertirse en libro publicado, cuento redondeado o serie de textos. Algunos cumplen otras funciones: te enseñan algo técnico, te acompañan en una etapa, te ayudan a atravesar un tema, y luego pierden vida.
Aquí es clave diferenciar entre dos cosas muy distintas:
Abandonar por miedo. Dejas el proyecto justo cuando había que hacer el trabajo difícil: mostrarlo, reescribirlo a fondo, enfrentar la crítica, soportar la incomodidad de crecer. Sueles saberlo porque, en el fondo, todavía te importa y te persigue; y, aunque lo abandones, sigues pensando en él.
Soltar algo que realmente ya no tiene vida para ti. Lo has intentado varias veces, lo relees y no te dice nada, el tema ya no resuena con quien eres hoy, y mantenerlo vivo es una forma de quedarte atado a una versión antigua de ti. Terminas reescribiendo por inercia, no por un deseo genuino.
Cerrar un ciclo no es un fracaso automático. Puede ser una decisión de higiene creativa: liberar espacio, atención y energía para otros textos que te reclaman.
No es fácil reconocer cuándo es cuál. Pero hacerte la pregunta ya es un avance porque evita que te martirices con la idea de que no sirves para esto, y te permite ver algunos abandonos como decisiones conscientes y necesarias.
Sí, en la literatura, muchas veces, se debe tomar decisiones difíciles, y esta es una de ellas, si no la que más
Recapitulemos
Si has llegado hasta aquí, ya habrás visto que eso que llamamos bloqueo creativo puede verse como un conjunto de cosas distintas que a veces se disfrazan con el mismo nombre.
Por un lado está el hábito: esos días en los que no hay inspiración, pero sí la posibilidad de entrenar el músculo con una práctica mínima, breve y constante. Ahí el trabajo no es encontrar inspiración, sino mantener un compromiso estable de, aunque sea, diez minutos.
Luego están los días áridos, los microbloqueos en los que tu texto principal no avanza porque tú estás cansado, disperso o con la cabeza en otra parte. No es una gran crisis, seamos claros; es parte de la irregularidad natural de cualquier proceso creativo, y puedes sobrevivirlos con planes B que mantengan el vínculo con la escritura.
Está también el miedo a empezar, encarnado en la famosa página en blanco. Pero vimos que, en realidad, no partes de cero: casi siempre tienes al menos una escena, una imagen, una frase. La clave no es inventarte un principio perfecto, sino permitirte entrar por un costado: empezar en medio, escribir la escena que más te intriga, dejar que la historia vaya formándose con calma antes de preocuparte por la forma final.
Por último, tenemos esa otra cara del bloqueo que aparece cuando la escritura se niega a avanzar porque algo dentro del texto no está funcionando. Ahí el bloqueo es un mensaje, un síntoma: falta de interés real, trama floja, personajes sin deseo claro, fórmulas repetidas que ya no te entusiasman. En vez de empujar contra la pared, toca escuchar y ajustar el rumbo: cambiar de punto de vista, replantear el conflicto, probar mini pivotes antes de tirar todo a la basura.
Conviene recordarte algo que tal vez ya intuyes pero que nunca está de más:
No existe el escritor que nunca se traba. Existe el que, con el tiempo, aprende a reconocer de qué tipo de bloqueo adolece y qué herramienta usar en cada caso: hábito suave, planes B, trucos de arranque, revisión profunda del proyecto, o reconexión con su motivación interna.
Para cerrar, te propongo algo muy concreto:
Pregúntate en cuál o cuáles de estos bloqueos te reconoces ahora mismo.
¿Es más un tema de hábito? ¿De días áridos? ¿De miedo a empezar? ¿Del mensaje que te da el texto?Elige una sola microacción para los próximos días. Solo una, pequeña y específica:
Sentarte diez minutos cada noche.
Hacer una lista de escenas que te gustaría ver escritas.
Reescribir una escena desde otro personaje.
Copiar a mano un párrafo de un autor que admires.
Anotar tus horas de escritura en lugar de tus estadísticas de lectura.
No hace falta que cambies toda tu relación con la escritura de golpe. Basta con introducir una decisión pequeña que te recuerde algo importante: aunque haya bloqueos, sigues siendo alguien que escribe. Eso es lo que mantiene viva la historia y, sobre todo, tu oficio.
Aviso importante
Este ha sido de aquellos artículos que tenía ansias de publicar y que, al mismo tiempo, me han costado escribir un poco más que el resto y, como casi siempre me pasa, se me quedaron varios temas fuera. Aunque últimamente he estado pensando que no es que se me queden temas fuera, sino que conforme voy redactando, surgen ideas que parten del mismo artículo en cuestión y que merecen su propio desarrollo, pero bueno, el punto es que tengo más cosas que decir, todavía.
Publicar todos los miércoles es un compromiso que quiero cumplir sin caer en la mediocridad del contenido. No quisiera, por ejemplo, que los artículos se perciban como si los hubiese escrito de forma apresurada, y debido a que tengo responsabilidades que reclaman mi atención por estas fechas, he decidido que, durante el mes de diciembre, voy a dedicarme a desarrollar con más calma el resto de artículos de esta sección, para publicarlos a partir de enero. Tengo varios en la lista de Borradores y quiero dedicarles el tiempo que se merecen para luego compartirlos con ustedes cuando vea que están listos, no por presión de un cronograma. Y para eso necesito tiempo.
Así que, durante lo que queda de este año, no habrá nuevas publicaciones los miércoles en esta sección de Desde el oficio, pero sí publicaré mis textos inéditos cada domingo: cartas, textos en prosa, relatos…
Por lo que, si es tu primera vez por aquí, te invito a suscribirte para no perderte ninguna de estas nuevas publicaciones que compartiré próximamente. Es gratis, y me estarás apoyando muchísimo. Te dejo el botón:
Muchas gracias por haberme acompañado en estos dos meses de intensa actividad y escritura desde que inauguré la sección en octubre.
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Charlemos
Si tienes alguna consulta, opinión o alguna reflexión acerca de todo lo que has leído hoy, me encantaría leerte. Charlemos en la sección de comentarios, compartamos ideas. Sabes que siempre respondo y estoy abierto al diálogo.
Sin más, me despido por hoy. Te mando un abrazo desde este rincón del mundo.
Que estés muy bien.
Con cariño:







