Vuelves a mí cuando mi lucidez toca mi puerta, para luego desaparecer como un sueño que se esfuma con las primeras luces del día. Apareces en mi sobriedad, justo cuando la embriaguez desclava poco a poco sus garras de mi mente. Cada día desde hace meses es lo mismo: bebo para olvidarte, y lo logro, justo cuando pierdo el control de todas mis facultades, y un ser con otro nombre toma el control de mi cuerpo, de mi apariencia y mis acciones. Es un intercambio cruel y algo particular: en el momento en que uno de nosotros toma el control, ninguno recuerda lo que hizo el otro. Así que aunque soy responsable de mis acciones, de lo único que me hago cargo son de mis recuerdos.
Y te recuerdo, querida. Desde la última vez que asesiné al que fui contigo, aquel día en que, ya sin esperanza, le di un golpe de gracia, para ver cómo todas las virtudes que alguna vez defendí se desplomaban, ya inertes. Tuve que arrastrarlo por cada callejón de esta ciudad poblada por personas grises. Deambulé con mi cadáver a cuestas hasta el rincón más inhóspito, y ahí, entre bolsas de basura, paredes manchadas de orina seca y ratas escurridizas, me atreví a abandonarme a golpes de ron, cerveza y cuantos cigarros que desfilaron desde las cajetillas hasta las tenazas de mis dedos. Intenté escribir, pero sabrás la tarea titánica que significa el poder trazar una sola palabra sobre servilletas sucias. Ninguna expresión, además, acudió a mi rescate. «La poesía salva», dicen los más ingenuos, aquellos que sólo consumen poemas como adictos, pero que nunca han intentado escribirla. La poesía nunca salvó a nadie, pero esa parte de la historia nos la ocultan, así como intentan convencernos de que el olvido existe. Yo no olvido. Y las veces que lo hago, no soy yo. Este ser que te recuerda nunca podrá olvidarte.
Porque cómo olvidar aquella vida con la que soñé y que, al menos durante un tiempo, pude hacer realidad. Lo eras todo para mí, y ahora que no estás, me he quedado en la nada. No es reproche, pero ojalá hubieras resistido un poco más. Ojalá tu corazón no se hubiera detenido en mis brazos. Todavía atesoro conmigo tus últimas palabras: que viva por los dos, me dijiste y, aunque te prometí que lo haría, una parte de mí murió contigo aquel día. No vivo por los dos; vivo a medias y todavía no me acostumbro, pese a que llevo meses sobreviviendo a las dosis de veneno con las que me intoxico cada noche con la esperanza de no volver a despertar al día siguiente. El alcohol me alivia el dolor que llevo en el alma, o al menos consigue hacerme olvidar por unas horas que tengo una. Pero las memorias me atormentan al día siguiente, y las ansias me convierten en un hombre desesperado por conseguir una dosis más de olvido. Soy lo que dejaste: un montón de sentimientos huérfanos, viudo y cadáver, un héroe de guerra que regresa mutilado para darse cuenta de que el hogar que estuvo defendiendo ya no existe.
Escribo esto porque es lo mejor que sé hacer estando sobrio. El día se termina, las sombras se alargan en las calles, los edificios se yerguen, amenazantes, y la ciudad se va despoblando a medida que avanza la noche. Yo me dejo llevar, simplemente, y cada noche visito aquel rincón sombrío en el que dejé morir lo último que quedaba de aquel que fui contigo. El cadáver en descomposición, casi irreconocible. Quién hubiera imaginado que aquel costal de huesos y piel algún día fue un hombre lleno de vigor que vivía sólo para amarte. Quién me dirá ahora que la esperanza existe, cuando todo por lo que luchaba ya no está. Quién me vendrá a decir que ya no te espere, que ya no te recuerde, que deje de escribirte como si fueses a leerme. Pero me da lo mismo. Hace tiempo que he decidido entregar esta miserable existencia gris a complementar el paisaje más desolado de esta ciudad que cada día se hace más grande. Yo elegí este camino, así que no te sientas culpable. Algún día mi salvación también terminará por matarme. Y sólo espero que estos recuerdos me abandonen, que estés tú al final del túnel para recibir este despojo sin nombre en el que me he convertido. Tal vez entonces —y sólo tal vez— sentiré que hay vida después de perderte.