El otro día, al terminar de editar mi tienda de Gumroad, eché un vistazo rápido a lo que había hecho, luego suspiré, y tuve la sensación de haber concretado un pendiente que me había exigido meses de trabajo. Me sentí como hacía tiempo no me sentía: satisfecho, en paz y, también —por qué no decirlo—: orgulloso.
No es para menos, supongo. Editar libros exige tiempo, igual que diseñar las imágenes promocionales, redactar descripciones, configurar, maquetar, subir los libros a las plataformas, etc. Por eso, al ver culminado todo el proceso, especialmente con la reciente publicación de mi nuevo libro «El Rostro del Invierno», me invadió esa sensación de paz, que indica que todo ha salido de acuerdo a lo planeado.
Son pocas las sensaciones de satisfacción que obtengo durante el año. Normalmente, por mi tendencia a la autoexigencia desmedida, o debido a mi crónico inconformismo, no siento más que un leve alivio cuando termino un trabajo que me ha exigido un gran esfuerzo. «¿Qué sigue ahora?», pienso, cada vez que alcanzo un objetivo. Ni una tibia congratulación, ni una celebración simbólica, ni un suspiro de tranquilidad. Nada. Mi mente bloquea todo aquello que tenga que ver con darle un visto bueno a mi propio trabajo, y nace el deseo de seguir en busca de esa satisfacción, al ponerme nuevas metas, nuevas tareas, con la esperanza de conseguir una dosis más de ese leve alivio que se vuelve cada vez más lejano.
Pero hoy fue diferente. Y lo mejor es que no se trató de una actitud consciente, sino de algo que se dio de forma espontánea. Me permití incluso decirme a mí mismo: «qué buen trabajo has hecho», que compensó ya no sé cuántos meses de completa indiferencia.
Fue entonces que hice lo que hacía tiempo no había hecho: dejé de proyectar nuevos pendientes y eché una mirada hacia atrás: los dos libros que publiqué este año, los ejemplares que he estado preparando para enviarlos a mis lectores, los libros de otros autores que he editado, las horas que pasé leyendo, corrigiendo, maquetando, diseñando, y sentí que todo había valido la pena. Lo que soy ahora, lo que he hecho, es el resultado de todas esas acciones que he llevado a cabo previamente, y ninguna, por mucho que lo haya pensado en su momento, ha sido en vano. Le di una pausa a mi autoexigencia y reconocí mis propios logros, porque a veces me es necesario bajar la guardia, saber que progreso aunque no me dé cuenta la mayoría de las veces, evitar sobrepensar, dejar de sentirme culpable por no tener nada que hacer y darle paso a la certeza de que no voy tan mal después de todo.
Eso me ha llevado a escribir esta carta hoy, después de más de un mes de no hacerme presente en Substack. Y he pensado que no soy el único. Tengo amigos que también sufren de esa autoexigencia casi enfermiza que no les permite un momento de respiro en sus vidas. Esa actitud que los tiene en la constante búsqueda de algo que hacer para sentirse productivos, es lo mismo que abre esa brecha de ansiedad que no les permite disfrutar del presente pero, sobre todo, estar presentes. Las responsabilidades muchas veces nublan nuestra capacidad de vivir de forma pausada, dejando que el tiempo corra, sin tener que correr tras él.
Así que, si tú que me lees, estás pasando por algo similar, recuerda darte un respiro y dejar de otear el futuro con las cosas que aún no haces, para reconocer todo lo que ya has logrado. Tu mente te lo va a agradecer, y tu cuerpo también. Lo digo por experiencia.
Hasta la siguiente carta.
Con cariño:
Facebook | Instagram | WhatsApp
Amazon | AAEE | Libros PDF
Por cierto, si crees que leer esto le puede resultar útil a alguien, por favor, compártelo. Te dejo el botón aquí:
Gracias por leerme y por seguir por estos lares. Prometo no volver a desaparecerme tanto. ¡Un abrazo!