Querida Isabel:
He pasado días intentando dar forma a esta carta. Hay palabras que se cuelan por mi mente, revolotean un rato, y luego se marchan. Pero no consigo capturarlas. Lo que he logrado escribir aquí resulta, simplemente, mi intento de dar forma a mis pensamientos con el rastro que las palabras dejaron tras su paso.
Me pregunto a veces si te pasa lo mismo. ¿Me piensas? ¿Algún recuerdo mío se filtra en tu rutina, te hace mirar al pasado para buscarme, aunque sea por un instante? Yo debo admitir que te recuerdo más de lo que debería. En el parque por el que tengo que pasar a diario, me es imposible no divisar aquella banca donde te besé por primera vez. Siguen nuestras iniciales en el tronco de aquel árbol. Las hojas secas continúan alfombrando el sendero que se abre entre el césped hasta aquel mirador en el que te pedí que seas mi novia.
Eran días en los que no costaba sonreír. Días en los que, por una vez, pensé que todo por fin había salido bien. Te amaba como saben amar los que nunca habían sido amados antes: con ansias, con pasión, con un cariño torpe pero genuino. Con esa sensación de estar jugándome mi última carta en cada beso, en cada gesto, en cada detalle. Escribirte ahora es una apuesta contra el olvido. Esto que dejaste aún te extraña: mis manos, mi piel, mi boca. Me prometí nunca volver a escribirte y aquí me tienes, mirando en tu dirección nuevamente.
Recuerdo cuando tomaba tu mano con la mía, y enlazaba nuestros dedos mientras veíamos películas, cuando vivíamos en aquel piso acogedor cerca del centro. Aquellos momentos íntimos constituían un refugio al caos de la ciudad. Tus flores favoritas adornaban el alféizar, las cortinas dejaban entrar un resplandor ocre, de atardecer de invierno. Los días, aunque pasaban sin prisa, nunca fueron rutinarios. Contigo nada lo era. Salíamos a caminar por calles llenas de luces y gente, y en cada plaza que nos encontrábamos solíamos tomarnos fotos. Las fogatas frente a la playa eran frecuentes. A veces sólo nosotros dos, otras veces con nuestro grupo de amigos. Las escapadas al cine, las noches en karaokes, para terminar siempre bajo las sábanas. Hacíamos el amor como un par de desquiciados. Creo que nunca fui tan feliz como cuando besaba tu piel, o lamía tu cuello, o recorría tus muslos con mis yemas, o besaba tus caderas con esa devoción de los que aprenden credos o condenas. Nunca fui tan feliz como cuando sentía tu aliento en mi boca, provocando tus gemidos de placer. Los orgasmos nos sacudían mientras la música sonaba de fondo. En aquella ciudad de sombras, tu cuerpo de diosa resplandecía con el brillo de su propio cielo. Luego caías rendida sobre mí, y abrazaba tu desnudez hasta que el sueño terminaba por arrancarnos la poca energía que nos quedaba, y dormíamos hasta el día siguiente.
Cómo no amar la belleza con la que dotaste a mi vida. Me enseñaste a amar lo simple, la pausa, la cadencia. Yo, arrebatado por la prisa de un mundo que no se detiene, aprendí a disfrutar la lentitud de los momentos. Tus caricias me devolvieron el sentido de pertenencia, al encontrar en tu piel esa sensación de hogar que había perdido. Y tu sonrisa… no sería justo hablar de tu sonrisa sin decir que era la razón por la que volví a creer en el cielo. Y mira que el agnosticismo lo llevo en la sangre, pero nunca dudé de que tu sonrisa tenía algo de divino. Porque sonreías como quien lleva en la boca la promesa de que todo va a estar bien. Y yo lo creí. Durante el tiempo que estuviste, lo creí. Porque tú, Isabel, tú eras todo lo que estaba bien en mi vida. Y no me hizo falta creer en nada más.
No es casual que te esté escribiendo esto. Te he memorizado con todo el cuerpo, así que aunque algún día tu rastro se desvanezca de mi mente, el resto de lo que soy se encargará de traerte de vuelta. Así como te trajeron de vuelta las canciones, los poemas que escribí para ti mientras te miraba como se mira un deseo cumplido. Porque la cama ahora se ve más grande, y ya estoy harto de prometer que voy a olvidarte. No lo hago, ni lo haré nunca. Uno no se puede arrancar de la piel y el alma la esencia de quien amó planeando un futuro a su lado.
Espero que estés bien, que también me recuerdes. Que sepas que te siguen esperando aquellas películas que abandonamos a media trama. Que las canciones te quieren de vuelta. Que los poemas te reclaman como musa. Que existe un lugar en mi alma al que siempre vas a pertenecer. Y que te sigo queriendo. Que no he podido no hacerlo, ni creo que lo deje de hacer nunca.
Tuyo siempre.