Él
Querida Diana:
Hay cosas que pesan cuando no están, cuando se pierden, cuando desaparecen o nos las quitan. Hay cosas cuya ausencia quema, como los sueños que abandonamos, como los anhelos no satisfechos, como la felicidad cuando no se cuida. Es algo que he aprendido en este último año. Mi vida ha dado ese giro que, por inesperado, también se ha convertido en indeseable.
Ahora vivo solo, trabajo en lo que nunca me imaginé que trabajaría, me estoy alejando de algunos ideales, y lo que más me duele es que, por primera vez en muchos años, no me reconozco en el espejo. Esos ojos cansados, los labios desérticos, como si la ausencia me hubiese perfilado los gestos. La falta de ánimos para continuar con los días tampoco es extraña: cada mañana despierto con ganas de que vuelva a ser de noche. Y es esa actitud, la de vivir por inercia, la que hace que me arrastre como una sombra por los lugares en los que transcurre mi rutina, como agua que se derrama por las alcantarillas que todo el mundo pisa.
Cuento entre mi abanico de experiencias tantos cambios que han ocurrido últimamente que, en ocasiones, siento que mi mente se convierte en una vorágine al intentar asimilarlo todo. Algo en mí, supongo, no está hecho para aceptar que lo que hoy llega, mañana se irá. Por eso digo que hay cosas que pesan más cuando no están, no por el espacio inherente que ocupaban, sino por la importancia que tenían en mi vida, la importancia que yo les di. El vacío, con frecuencia, me habla de todo aquello que se fue, de las ausencias que no pude prevenir, de las soledades que llegaron sin invitación y de los lugares a los que ya no volveré. Hay tanto contenido en su mutismo. El vacío es un estruendo mudo.
Supongo que eso es la vida: un laberinto que cambia de escenario al doblar cada esquina, un encuentro con la incertidumbre constante de no saber si lo que te espera es mejor o peor que lo que te abandona. La vida, en ocasiones, se convierte en un acto de supervivencia emocional.
O al menos así es como la estoy percibiendo yo. La facilidad que alguna vez tuve para sumergirme en un libro y no detenerme hasta terminarlo, ha sido reemplazada por la incapacidad de leer tres capítulos seguidos; las ganas de pasarme toda la tarde escribiendo, se han apartado para dar lugar a un bloqueo con el que, aún ahora, continúo luchando. Incluso a veces ni siquiera deseo que llegue la noche, porque me ataca el insomnio, y la cama se convierte en un campo de batalla mental que sólo termina luego de unas horas, cuando me canso de pensar, o cuando me olvido de hacerlo, y por un instante el mundo se apaga para volver a encenderse después y descubrirme cansado, dispuesto a arrastrarme por el tobogán de la rutina por el resto del día, y de la semana, y del mes…
Siento que parte de mi identidad, de mi esencia, se ha ido perdiendo con el tiempo. A lo mejor por eso tengo la impresión de no reconocerme en los espejos…
Pero si algo me ha quedado claro también es que, de estas circunstancias, se puede aprender tanto... Por eso podría definir a los cambios circunstanciales como oportunidades de crecimiento. Y es en esos casos cuando la resiliencia se hace presente y podemos resurgir. Aún no me pasa. Sigo descendiendo, lenta e inexorablemente, a ese fondo que dicen que sirve como impulso, pero quiero aferrarme a esa esperanza. Quiero convencerme de que llegará el día en que las voces en mi cabeza por fin se habrán callado, y pueda volver a sentirme en casa, con todos los vacíos decorando el hogar de esta alma cansada; que ya no vuelva a sentirme un extraño en los espejos, que me haya reconciliado con los libros y vuelva a escribir como antes, como cuando todavía no conocía de cerca a la incertidumbre, con la misma paz pero con la experiencia que pueda obtener de todo esto, para hacerle frente y decirle mirándola a los ojos que ya dejé de tenerle miedo. Creo que es el único cambio que anhelo en mi vida. Y cuando suceda, espero saber apreciarlo.
Confío, querida Diana, en que las circunstancias sean distintas para ti. Que estés en la otra etapa del cambio: esa en donde ya no te duela el proceso y que, más bien, estés cosechando los frutos de la experiencia. Yo continúo aquí, enceguecido por la niebla de los días que difuminan mi porvenir.
Con cariño:
Heber.
Ella
Querido Heber:
Últimamente el cambio transita por mi vida como un viento que resopla un domingo por la noche. Ya sabes que la ausencia se hace más grande este día en especial. Por eso quise escribirte hoy, para que mi palabra viaje a un lugar donde no se sentirá sola: a tus manos.
Debo decir que leerte se ha sentido como verme en pedazos de un espejo roto, porque aún sigo reconociendo las versiones que soy y despidiendo a la persona que solía ser. Es difícil mirar las heridas de las que huimos constantemente o aquellas que creemos inexistentes. Creo que a veces el miedo nos hace correr en círculos y nos convertimos en él sin darnos cuenta. Entonces el tiempo pasa como si a diario fuera el mismo día…
Voy a confesarte que últimamente lloro cuando nadie me ve, no sé de dónde ha surgido esta niña que aún habita en mí, una Diana callada y alejada del mundo, pero también he trabajado en ello y la palabra me ha acercado a mí misma. A veces hay días más difíciles que otros, porque en ocasiones mis versos no quieren ser un poema sino un grito enmudecido.
A veces sólo necesitamos hablar de lo que nos duele para dejar de cargar con ello. Para que deje de ser una herida que cuelga hasta nuestros pies y nos hace tropezar; quizás es necesario caernos para saber cómo se ve el cielo desde el piso. Creo que las ausencias, en ocasiones, nos consumen tanto que olvidamos que aún seguimos aquí.
Pero también hay personas que son como una caricia y que te hallan aunque te encuentres a oscuras: mi abuelo es esa persona. Por eso cuando me pierdo, su tacto es como regresar a casa. Sé que algún día él se irá, Heber, y eso me duele, pero he aprendido a valorar el presente y a aferrarme a este como una esperanza inmediata.
Todo cambia: mis ojeras ahora son más pronunciadas, mi papá tiene canas, hay una cuarteadura en la pared de mi recámara y un par de zapatos viejos que he dejado de usar. Mi mamá y yo hemos dejado de bailar tan frecuentemente en la cocina (es que aún me duele el cuello a causa de los dos accidentes que sufrí), pero lo intento, Heber, en serio que lo intento, y entre todo mi dolor físico y emocional me he mantenido vigente, aunque en ocasiones me cueste reconocerlo, no porque algo no sea como uno quería deja de tener valor: hoy me aplaudo por haber nadado entre todo mi llanto para llegar a la orilla.
Siento que voy llegando, aunque aún me falten algunas piezas, aunque la calma aún se halle lejos, no voy a olvidar que la tormenta también me ayudó a avanzar. Deseo lo mismo para ti, porque conozco tu resiliencia pero aprecio tu vulnerabilidad al escribirme tus dolencias, tus miedos y tu ausencia.
Vas a encontrarte aunque no seas el mismo, hay que aprender a soltar del todo y reconocer nuestra realidad, porque no hay mentira más grande que querer sonreírle al espejo cuando se quiere llorar, así que, llora, Heber, llora todo lo que puedas mientras das un paso al frente y miras al futuro, porque sólo aquel que pisa con firmeza puede hacer a la tierra temblar: necesitamos ser escombro para construirnos por completo.
Te quiero. Estamos por despertar (aunque no nos hallemos dormidos): el sol está sólo para los que tienen los ojos de la esperanza bien abiertos.
Espero que mis palabras sean como un soplido para tu neblina.
Con cariño:
Diana.
Ya puedes apoyar mi arte
Si te gusta lo que escribo y está en tus posibilidades apoyarme monetariamente, ahora puedes hacerlo suscribiéndote a mi página de Patreon, donde encontrarás mi faceta narrativa: novelas, relatos y mucho más. Actualizo todas las semanas. Échale un vistazo. Tienes siete días gratis sin compromiso:
¡Gracias de antemano!