Trae esa magia en la sonrisa y la promesa en la mirada de quien conoce los pensamientos de una persona como a la palma de su mano. De lejos su silueta se confunde con la de un espejismo tejido de una bruma incandescente, una penumbra perpetua de quien cree saberse en el cielo estando en la más indeseable de las soledades. No me sé su nombre, sólo sé que su mirada muda me llama a gritos, y que si a veces sus ojos se encuentran con los míos es por simple casualidad, de esas que se dan únicamente entre dos extraños que se cruzan por primera vez. Unos cuantos días me han bastado para saber que no he vuelto a ser el mismo, que cuando la tengo delante me es imposible apartar mi mirada de sus labios, de su cuello, de su talle firme y frágil, y de aquellas curvas deliciosas que me encadenaron al deseo permanente desde el primer día. Sus ojos, dos pozos profundos de aguas en penumbra, exhalan esa maldición que a uno lo aprisiona con la sentencia de no ver la luz de otra mirada si no olvida la suya primero.
He comprendido que, a pesar de mis incontables contradicciones, me gusta saberme suyo aun si tengo que cargar con esa inquietante incertidumbre de poder hablarle algún día, o de si ella tuviera a bien poder contestarme y así corresponder este sentimiento que crece a traición sin que lo sepa, sin que yo pudiera hacer algo al respecto. He pensado en la posibilidad de intercambiar palabras con ella con el pretexto de una amistad que no me propongo. Si tan sólo pudiera robarle unos segundos y acallar ese fuego abstracto que me consume por dentro, probablemente me sentiría satisfecho. Si tan sólo supiera que cada mirada suya significa una puñalada en el corazón de quien está cansado de querer, lo más seguro es que mi impaciencia se tome unas vacaciones lejos de su rostro. Si tan sólo hubiera una manera de explicarle que, mientras estoy lejos, mientras no la veo, me descompongo en letras que se evaporan, que nunca llegan a posarse sobre el papel y que describen momentos que jamás sucedieron, es posible que merezca la pena seguir queriéndola, con esa cobardía en la que nos amparamos los que no tenemos esperanza de conseguir nada si se trata de amor.
Ojalá pudiera explicarle que a veces despierto sobresaltado, temiendo perderla de nuevo, como pierdo todos aquellos sueños apenas comienzan a hacerse realidad. Que si sigue mirándome de lejos terminará por descubrir el miedo detrás de mi rostro cansado de preguntarme por ella. Debe haber algo que abra paso a esa tregua que parece imposible. Debe existir una salida a tamaño infortunio, un camino secreto que conduzca al final del laberinto en el que se convierte su inexplicable encanto. Quizá si la miro de cerca pueda comprobar que es real, que aquel espejismo es tangible, que si cierro los ojos o miro a otra parte no se desvanecerá y se quedará allí, en su lugar de siempre, a sonreírme con aquellos labios en los que en más de una ocasión me pareció leer aquella sentencia de muerte que me ha consumido desde entonces. Quizá así, el descenso me parezca una travesía menos cruel, cuyo embrujo se desvanece progresivamente a través del tiempo que le reste a mi estancia suspendida en su mirada.
¡Gracias por leer!
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Buenas noches, poeta.
Sus imágenes hermosas e impecables como siempre son las suyas.
Le alberga la hermosura de la contradicción.
Le belleza de los opuestos que son sin ser,
pero siempre queriendo serlo.
El reto y lo esquivo.
Como el YinYang.
Lo complementario de los opuestos que hacen armonía
al formar un todo.
El casi que nunca llega a ser.
Hay un sólo paso, pequeño pero inmenso
como un abismo pero que se cruza con tan solo dos letras o tres a lo sumo.
( Cinco, tal vez).
Le dejo ésta melodía esta vez.
Desecuentros.
Bendiciones, poeta.
https://youtu.be/5xGqUompVVQ?si=xYu6bppUSmWzrbcT