Ya deberías saber que pude reducir todo lo que soy a un suspiro y dedicarte la mitad de mi silencio. Por entonces yo no era tan triste y tú estrenabas el lugar que te di en mi vida como si fuese una suite de lujo. A estas alturas de la película, quererte es una cotidianidad innegable, y cada escena que comparto contigo se convierte en el recuerdo que mañana, mucho después de que te hubieses ido y yo no consiga apartarme aún de tu foto, comenzará a dolerme desde adentro hasta afuera y de afuera hasta donde tú te encuentres, que no será poco. Has aprendido a pasear por mi rutina, a hacer tuya mi sonrisa, a anclar el crucero de tu boca en el mar de mi nostalgia. Cómo no haberte querido, maldita sea. Quererte fue tan fácil como fácil me resulta hoy elegirte a ti en medio de otras.
Hoy no estoy triste, no te preocupes. Aunque tampoco estoy feliz. No estoy tocando fondo pero tampoco el cielo. Estoy simplemente aclimatado a la soledad, a este interludio interminable que precede al llanto que viene desde adentro, donde te guardo y de donde espero sacarte algún día, y que para entonces la indiferencia haya anestesiado mis emociones hasta el punto de no reconocerte si te veo. Escribo después de varias semanas de no haber sonreído. Es normal que parezca que haya perdido la práctica, y no estoy hablando de escribir. He hecho monólogos frente al espejo, me he aprendido de memoria el libreto de este drama y cada amanecer, cuando abro los ojos, me digo que aquel tampoco es un buen día para cumplir mis sueños.
Te invento en los rincones que huelen a ti pero que no tienen nada que ver contigo. Desde mi boca han surgido conversaciones, he ensayado saludos que me sonaban ridículos y aun así siempre me has dejado sin palabras, tragándome mi torpeza con la promesa voluntaria de no volver a errar si me atrevo a imaginarte de más. O de menos. Ya ni siquiera sé qué conjunción gramatical usar al hablar de ti, porque cuando es poco terminas siendo demasiado o cuando es demasiado terminas siendo el doble. Si hay algo que siempre he adorado es el hecho de que nunca retrocedes ni pierdes tu valor esencial. Eso te hace tan deseable como temible. Y no hay nada más hermoso que le haga perder la cabeza a un hombre que una mujer que se busque su propio sitio y aprenda a crecer desde allí hacia todas partes.
Yo te he querido despacio, te he besado como se besa el aire, te he tocado con la destreza de un pianista que acaricia las teclas para arrancar un sonido. Te he desnudado al trasluz de mil verdades, he conocido los rincones en donde guardas todo aquello que nunca dices. Porque eres mi hogar, eres lo que más quiero y tienes el poder de eliminar el escozor de cualquier herida.
Calma ahora esta tormenta, y no me dejes morir callado, al ras de aquella vida que la lluvia se lleva por delante. No le digas a nadie que me he hecho el fuerte para no llorar. Ninguno comprendería que la ausencia no me ha hecho libre por haberte marchado, sino que con la distancia que marcas cancelaste mis motivos de seguir adelante, incluso sin que te hayas dado cuenta. A ti siempre te gustó dejar huella arrancando la piel, y a mí quedarme sin piel con tal de irme contigo. Pagaría la suma de cualquier precio con tal de verte volar cerca de mi boca, y atardecer contigo si estoy triste, entristecer cada vez que me faltas, memorizar tus labios a ojos cerrados, y abrazarte para cubrir el total de mis heridas. Podría desmembrar la soledad del resto de mi historia, mantener el equilibrio cerca del precipicio de mis miedos, tropezar sólo si caigo en ti, y volar sólo si es a tu lado; aterrizar siempre que sea en tu vida, escribir con tu mano el resto de capítulos, calmar una y otra vez el fuego cuando sea innecesario para, luego, a solas y en ese silencio que sólo puede ofrecer la soledad de una habitación con vistas al infinito, volver a encenderlo con el roce de tu piel, con la cercanía de nuestras vidas.
Desearía que odies la falta que te hago, y que me hagas falta cada vez que no te busco. Que me dejes a solas quedándote, y que te vayas sin marcharte, llevándome contigo. Que estés siempre que te quiero, que me quieras siempre que te quedes; te juro que seré feliz si lo haces, aunque si no también. Yo haré contigo el doble: haré del tiempo un mapa para que lo pierdas al buscarme. Y pasar el resto de mi vida a tu lado, mientras te vuelves eterna, como si se cumpliesen por fin todos mis sueños de espejismo. Saldarte todos los abrazos que no te he dado, con todo interés y con las tasas más altas. No tengas piedad de cobrarme incluso aquello que no te debo.
Amarte de esa forma, sin lógica ni tregua, como quieren los valientes, como aman aquellos que encontraron en alguien su razón de ser en este mundo. Amarte a diario, como aman los locos; enloquecer por amarte, como enloquecen los cuerdos. Si algún día he de marcharme, te juro que lo haría feliz. Sé ahora mi musa y selo para siempre, hasta que las fuerzas y el aliento que sostienen estas palabras me abandonen, hasta que el mundo sepa que hubo alguien que fue capaz de quererte rompiendo todos los esquemas.
¡Gracias por leer!
Este texto pertenece a mi libro «Tormenta de Pensamientos». Si te gustaría echarle un vistazo, te dejo el botón con el enlace a Amazon. Me honraría que le dieras el privilegio de ocupar un espacio en tu biblioteca personal.
El próximo martes compartiré otro texto de otro de mis libros. Cuéntame, ¿qué te ha parecido este? Te leo en comentarios.
¡Saludos!