Razones para escribir: la importancia de llevar un diario
Y por qué escribir no es sólo para escritores
Una vez escribí:
Qué fácil resulta contarle a un pedazo de papel todo lo que no te atreves a decir a la cara.
(Fuente)
Es una frase que tiene prácticamente diez años. Y hoy, revisando mi archivo de publicaciones, di con ella nuevamente. A pesar del tiempo, no ha perdido su vigencia, pero creo que esa frase se torna todavía más personal ahora. Y es que cuando la escribí no llevaba un diario. Hoy sí.
Comencé a escribir mi diario el año 2018, si mal no estoy. Desde entonces, tal como me pasa con la escritura en general, he vuelto a él de forma intermitente durante todo este tiempo. Hasta ese momento no tenía idea no sólo de lo placentero que resulta escribir a mano, sino también de la gran carga mental que se disminuye al hacerlo.
Sabemos que escribir no resuelve todos los problemas, pero al menos ayuda a entenderlos, a darles claridad. Escribir a mano, o el solo acto de escribir nuestros pensamientos, nuestras ideas, incluso en teclado, es un acto de desahogo. Es un encuentro con nuestra propia voz, como mirarse al espejo y recitar todas las verdades que somos incapaces siquiera de pensar en compañía de otras personas, por muy íntimas que resulten las conversaciones, pues siempre habrá una verdad que reservamos para nosotros, y ese matiz de secretismo se disuelve con las palabras que escribimos a solas.
Enfrentarse a un papel en blanco es la única forma que tenemos de encontrarnos con nuestra faceta más sincera. Ahí no hay nada que ocultar: todos nuestros complejos, todos nuestros miedos, todas nuestras tormentas terminan por desnudarnos. Tenernos como únicos lectores de toda aquella carga verbal dota de intimidad a la actividad de escribir, y por ello mismo, nos da la seguridad de que aquellas palabras se quedan con nosotros, lo que fomenta nuestra libertad de expresión significativamente, lejos de los juicios externos.
También está aquello que dejamos de decir a los demás para no incomodar, por miedo o simple indiferencia. Por ejemplo, sé de quienes escriben cartas a aquellas personas que ya no están en sus vidas; también están aquellos que escriben todas las cosas que no llegaron a decirle a alguien en una discusión; da igual si luego entregan aquellas cartas a sus respectivos destinatarios o se lo guardan para sí mismos: escribir siempre ha sido una necesidad inherente a la actividad del autoconocimiento.
No es casual que grandes genios como da Vinci, Tesla, Marie Curie o Einstein —por mencionar sólo unos cuantos, desde luego—, hayan dedicado gran parte de sus vidas a escribir diarios o cuadernos de notas, como si para ellos hubiese sido una necesidad casi compulsiva. La escritura personal, más que una herramienta de expresión, es una forma de pensamiento en sí misma. Escribir un diario sirve para llevar un registro de lo que pensamos y sabemos, pero también para descubrir aquello que no sabemos que pensamos. En las mismas páginas donde anotamos acontecimientos cotidianos surge también el confrontamiento de nuestras propias ideas, y eso nos permite dar paso al ensayo y error, y a la elaboración del conocimiento basado en la experiencia, la observación y la reflexión profunda. En un diario nace la hipótesis y formulamos por primera vez nuestra visión del mundo, por lo que me parece importante comprender que la escritura es una extensión de la conciencia. No es una pérdida de tiempo, tampoco un lujo, sino un acto necesario de construcción intelectual y emocional, sin el cual ninguna genialidad puede sostenerse con solidez ni persistencia, ni mucho menos llegar a trascender.
Escribir nos ayuda incluso a sobrellevar la soledad para, lejos de verla como una enemiga, amistarnos con ella; después de todo, escribir es un acto solitario, algo que se hace a espaldas del mundo. El silencio se convierte en compañía, y te ves como tu propio interlocutor. Leerte a ti mismo es una forma de escucharte, lo cual mitiga la sensación de aislamiento. Te atreves a responder tus propias inquietudes y, de ese modo, comienzas a comprenderte mejor. El caos adquiere forma, reconoces matices en lo abstracto, creas un diálogo interno que te permite resignificar aquello que te causa dolor, aquello que te falta, aquello que no llegas a comprender del todo. No vas a resolverlo, pero al menos le pones palabras, una identidad, y eso te permitirá reconocerlo para lidiar con ello luego de una manera más ligera. La soledad puede ser asifixiante algunas veces, pero también un refugio, porque el escribir es de esas pocas actividades en las que puedes tener el control de todo: del ritmo, de las palabras, de los temas. Luego de una buena jornada de escritura, tal vez concluyas que, por ejemplo, los problemas que te abrumaban no eran tan graves como creías, e incluso podrías dejar de juzgarte con tanta severidad, para aprender a ser amable contigo mismo.
El tener tanto que decir y no poder expresarlo con nadie, ni siquiera en voz alta, puede devenir en un colapso. Callar los pensamientos por mucho tiempo no es más que una forma de permitir la acumulación de una carga emocional y psicológica corrosiva que se enquista en nuestro ser hasta que el propio cuerpo comienza a sentir la tara del silencio. Es ahí cuando aparecen el insomnio, la ansiedad, la tristeza e incluso las enfermedades. Escribir permite disminuir esa carga, como abrir una válvula para que la presión vaya disminuyendo de a poco, y eso es algo de lo que puedo dar fe por experiencia. Desde que estoy llevando mi diario siento que hay ciertos pensamientos que ya no me aquejan, porque la escritura permite expresarse sin ser juzgado, interrumpido ni mucho menos silenciado. En una época en la que es difícil encontrar a alguien que esté dispuesto a escuchar, escribir se convierte en un salvavidas. Como reclamar ese derecho inherente de existir, tal vez a voz baja, tal vez en las sombras, pero existir a fin de cuentas, saber que ocupamos un lugar en el mundo, aunque ese mundo esté forjado con las palabras que no nos atrevemos a decir en voz alta.
Escribir diariamente es algo que un escritor que se respeta tiene que hacer de forma obligatoria, pero eso no significa que sólo deberían escribir aquellos que aspiran a ser escritores profesionales. Porque la escritura no es únicamente un arte o un oficio, es una forma de resistencia contra el silencio que enferma. Y como tal, está al alcance de todos. Así como cantamos, así como soñamos, deberíamos también darnos la oportunidad de vestir con palabras aquello que, en la oscuridad del silencio, resultaría ininteligible. No es cuestión de escribir para publicar un libro, pues la escritura personal no exige recursos complejos ni lenguaje sofisticado; bastan nuestras expresiones cotidianas: escribir tal como se habla, con esa naturalidad que existe en nuestras conversaciones con otras personas, pero llevada al plano más íntimo, obedeciendo al llamado de la necesidad expresiva que todos los seres humanos compartimos.
Lo bueno es que nunca es tarde para empezar, aunque admito que a mí me hubiera gustado haberlo hecho antes. Escribir un diario puede ser una buena forma de iniciar en la escritura, ya que es algo personal: un punto de partida sin expectativas de ningún tipo, porque ni siquiera se trata de escribir textos extensos de buenas a primeras. Se puede iniciar con unas cuantas palabras, para luego armar tal vez una frase y, de forma paulatina, párrafos, hasta abarcar cada vez más extensiones, siempre a su tiempo, siempre sin prisa.
Esta es una invitación para que tú, que estás leyendo esto, te animes a escribir también si aún no lo haces. Como has podido ver, razones sobran. A lo mejor te termina gustando más de lo que esperabas. El mundo de las palabras no es indiferente a nadie: siempre abre sus puertas a quien llama, pues siempre hay un lugar para uno más.
Con cariño: