Mi arte es fruto de la emulación
Es lo que me ha permitido crear mis propias obras
Siempre me he preguntado de dónde vienen estas ganas mías, tan incesantes, de emular aquello que admiro. Supongo que es una inclinación muy humana: que luego de la admiración, viene la emulación. Si todo sale bien, nos sentimos realizados. Si, por el contrario, todo sale mal, aparece la frustración, que podría convertirse en envidia y terminar por consumirnos. Pero están ahí las ganas de construir algo que provoque en los demás lo mismo que una obra provocó en nosotros: deslumbramiento, asombro, admiración. Yo, siendo escritor, lo que más he anhelado es que mis lectores abracen mis letras como alguna vez abracé con el alma la poesía que leía en mis primeros años de adolescente. Me gusta pensar que lo he logrado.
Picasso afirmaba: «los buenos artistas copian, los grandes artistas roban», como una forma de decir que es imposible que un artista tenga cero influencia de otro. Todos estamos influenciados de aquello que consumimos. El arte se retroalimenta de sí mismo, y creo que el trabajo más importante de un artista consiste en encontrar una voz propia dentro de aquella amalgama.
Por mi parte, he de decir que no estoy exento de esa regla. Cuando iniciaba en la escritura, allá por el 2013, reconocí que mis primeros esbozos literarios eran fruto de una influencia directa de las canciones de rap que escuchaba por entonces. Un poema mío parecía ser el resultado de lo que, de haber trabajado juntos, habrían escrito Porta, Santaflow, Shé y el mismo Gransan (en una versión muchísimo más novicia, por supuesto). Tanto daba si escribía en verso o en prosa: la rima siempre estaba presente, aquella voz lírica con ínfulas de rebeldía y revolución.
Luego vino la influencia de la prosa poética, con Sergio Carrión en 2013, y con Ernesto Pérez Vallejo el 2014. Y ni hablar de cuando me encontré con la magia hecha letras de Carlos Ruiz Zafón, y con el estilo conciso y certero de Julio Ramón Ribeyro. Estos cuatro autores marcaron mi estilo y de ellos he aprendido tanto y sigo aprendiendo. Es preciso mencionar que también he recibido influencia de otros grandes autores que descubrí después: Héctor Abad Faciolince, Rosa Montero, María Dueñas, Salman Rushdie, John Banville, por mencionar algunos de los que han logrado que sus libros me enganchen hasta quitarme el sueño, enseñándome, por el camino, cómo se construye una buena frase, cómo se describe a un personaje.
Todos ellos han inspirado, en mayor o menor medida, diversos poemas y relatos que escribí en mi etapa literaria más productiva, antes de que el bloqueo creativo mantuviera impolutas mis hojas en blanco. Y me he permitido ser influenciado, porque aquellas obras que he consumido alumbraron otras que, con mi propio estilo, compartí con mis lectores luego. Porque de eso se trata: alimentar tu propio acervo de distintas fuentes para crear algo único. No es cuestión de copiar. Ningún artista que se respete se rebajaría al abyecto acto de plagiar a otro.
Sin embargo, esto no ha dejado de… cómo decirlo, parecerme curioso. Porque cuando conozco una obra, una historia que me atrapa, siempre nace en mí el deseo de hacer mi propia versión de ella.
Por ejemplo, cuando tenía dieciséis años, conocí la historia de un muchacho que publicó su libro a los diecisiete, y eso me impulsó a publicar el mío al siguiente año, a los diecisiete también. Cuando leí la serie de cartas «Un año sin ti», de Ernesto Pérez Vallejo, que consistía en publicar una carta por mes a esa musa que se fue, decidí hacer lo mismo. Vi a quienes autopublicaban sus libros, y quise hacerlo también, por lo cual no sólo continué con mi carrera como escritor, sino que también inicié como editor, pero esa es otra historia. A lo que voy es que mi carrera artística ha estado llena de emulaciones, siempre poniendo mi propio estilo por delante, claro.
Pero me gustaría, por una vez, ser de aquellas personas que simplemente se quedan expectantes, observando el espectáculo, sin más pretensiones. Dicho de otra forma, ser de aquellos que disfrutan del concierto sin tener que grabarlo, para que se me entienda. Porque cuando me asaltan las ganas de querer llevar a cabo un proyecto nuevo, soy capaz de no dormir, literalmente. Cuando una idea aparece, y esta idea me resulta irresistible, es probable que pase la noche entera pensando en ella, y ante la imposibilidad de dormir, me levanto de la cama y pongo manos a la obra, aunque al día siguiente tenga que madrugar. Una idea nueva tiene en mí el mismo efecto que una dosis de cafeína. Mi mente no tiene piedad a veces.
Cuento todo esto porque en estos últimos días he estado trabajando en un proyecto ambicioso: la creación de mi propio universo literario, al estilo de Tolkien. Creo que esta ambición nació de cuando, hace años, veía por enésima vez la película de «El señor de los anillos: las dos torres», específicamente la parte de la batalla del Abismo de Helm. Imaginé un final alternativo, un final en que los protagonistas perdían aquel enfrentamiento contra las fuerzas de Sauron. Aquello desencadenó un sinfín de posibilidades, y me dije: «debería escribir mi propia historia», y como mi mente no podía conformarse con eso, nació luego la idea de querer escribir dichas historias con personajes propios que se desenvolvieran en lugares también únicos, y para ello debía existir todo un conjunto de elementos que permitieran la correcta implementación de una lógica interna. Con el tiempo nació la idea de una ciudad ficticia, luego, de otra, y así hasta formar una nación completa, que luego estaría acompañada de otras naciones compartiendo territorio en un continente, que a su vez estaba en un mundo con otros continentes, y todo aquel mundo debía, necesariamente, haber sido creado por un dios, tal como ocurre con el universo de Tolkien.
Las ideas han permanecido ahí, ocultas, aguardando el momento en que tuviera el valor de dotarlas de palabras. No me había atrevido a hacerlo por pensar que no estaba listo para escribir novelas, pero ese afán que tenía de la emulación ha resurgido con fuerza y me ha dicho que ya fue suficiente espera, así que un día, simplemente, puse manos a la obra. Tengo varios meses de trabajo por delante —años, mejor dicho—, pero creo que empezar ahora es oportuno. Me toca investigar, me toca ingeniarme, crear los engranajes precisos para que, una vez que la maquinaria entre en funcionamiento, haya un desarrollo fluido de todas las historias que están por venir.
No creo que llegue a ser tan grande como aquellos gigantes que me preceden, pero pienso disfrutar de la aventura. Después de todo, de eso se tratan el arte y la vida: de disfrutar del proceso, mientras se avanza.
Me pregunto qué otros proyectos me pondré como objetivo luego. Pero como acabo de decir, estoy dispuesto a disfrutar del encanto de ir creando sin prisa, con mucha ilusión y ganas de dejar mi esencia literaria en cada proyecto. Porque una de las cosas que amo de escribir es que siempre habrá alguien con la disposición de leerme, de recibir mi trabajo de la mejor manera y de apreciarlo como merece.