Ella
Hola. No sé muy bien cómo empezar esto, pero lo voy a intentar...
Siento que me importas más de lo que creía. Y me cuesta reconocerlo porque, en teoría, no deberías. No somos nada. Vivimos lejos. Yo estoy con alguien. Tú tienes tu vida.
Y, sin embargo, hay algo en mí que se mueve cada vez que te leo. Algo que no debería estar ahí, pero insiste. Tal vez empezó como un juego, una distracción inofensiva… un espacio donde decirnos «mi amor» en broma y coquetear sin consecuencias.
A veces pienso que, sin darme cuenta, me fui enamorando… y tú ni siquiera lo sabes. O tal vez sí, pero lo ignoras con maestría. Y aunque quiero seguir fingiendo que no pasa nada, algo empezó a crecer, algo en mí necesita hablarte.
Siento que me estoy enamorando… Ojalá que no, porque no quiero vivir en esa línea extraña. No quiero amar lo imposible. Que el amor a distancia es un amor condenado, porque no hay nada más triste que enamorarse sabiendo, desde el primer momento, que no se puede tener lo que se ama.
Creo que es eso, mi amor. Estoy condenada. Y me da rabia, porque esto, lo nuestro, tiene demasiadas cosas para no ser nada. Tiene el pensamiento, el deseo de que estés bien, las ganas de escuchar tu voz. Tiene tristeza, aunque no te haya perdido nunca. Tiene ganas. Tiene ternura, deseo, rabia… todo eso junto, todo mezclado. Incluso esas ganas profundas, casi inevitables, de hacerte el amor.
Pero no tiene lo demás. No tiene cuerpo, no tiene cama, ni lunes. No tiene posibilidad. No tiene realidad. Y, por mucho que me duela, no tiene futuro.
Pero, ¿sabes? Yo igual te quiero.
Porque sí, lo sé… no tiene sentido, no tiene destino. Pero a este amor —sincero, torpe, hermoso— a veces le basta con cerrar los ojos y mentirse un poco.
Me despido repitiendo que te quiero, aun sabiendo que el amor no es para nosotros.
No espero que digas nada. Sólo quería que lo supieras.
Eso es todo.
Él
Hola, desde este rincón del mundo.
Sé que no querías una respuesta, pero si algo me ha enseñado la experiencia es que, cuando alguien dice no querer una, es cuando más necesita leerla. Y te leo, te siento, porque me es imposible ignorar el hecho de que un corazón late por mi existencia.
Yo también pienso que todo surgió con este coqueteo que al principio pareció inofensivo, pero que terminó despertando sentimientos que parecen estar prohibidos. Tal como dices, tú tienes a alguien, y eso te aleja de mí más de lo que ya lo hace la distancia.
Por otro lado, el tiempo me ha enseñado que no soy bueno para las relaciones. Que nadie en mi vida tiene un boleto de estadía permanente, sino que los amores, al igual que ciertas amistades, son siempre temporales. Me he acostumbrado a fungir como una estación de paso en la que alguien llega, se queda a disfrutar de las vistas, y luego se va sin mirar atrás. Y aunque es verdad que a estas alturas de mi vida ya estoy acostumbrado, no cambia el hecho de que a veces la ausencia deja tras de sí un dolor intraducible. Ni siquiera yo, querida, soy capaz de vestir con palabras a ciertas sensaciones.
Yo tampoco quiero amar lo imposible, pero ni tú ni yo podemos negar que, muchas veces, lo imposible se convierte en un abismo al que nos sentimos tentados de saltar. Y no, no estás condenada. Ni tú ni yo. No hay condena cuando uno es sincero con lo que siente, sin negarlo. Y si quiero serte sincero y despojarte de una vez de la duda, debo decirte que si las circunstancias hubiesen sido distintas, si hubiésemos estado más cerca, si las pantallas no reemplazaran nuestros rostros, me habría lanzado a ese abismo por ti, por mí, por nosotros. Me habría atrevido a escribir esa historia que por ahora sólo existe tras el umbral inaccesible de los quizás.
Porque tienes razón. Esta historia tiene tantos motivos para hacerse realidad, que sería injusto no darnos la oportunidad, siquiera, de soñar con aquella posibilidad remotamente hermosa. Porque te quiero y, aunque tal vez nunca sepamos si el futuro que nos espera aguarda por nosotros, me basta con tenerte al otro lado de la pantalla, existiendo, siendo tú la que protagoniza mis anhelos latentes, los más bonitos, y también los más prohibidos.
Tuyo siempre,
Heber.