Si uno debía tomar las apariencias como determinantes, Miguelito sería simplemente eso: un árbol inerte, sin más conciencia que la que el niño fuera capaz de proyectar en él. Sin embargo, en aquellas ocasiones en las que Daniel le hablaba y le hacía parte de su mundo, no sólo había despertado una parte de sí dormida, sino que, además, ahora tenía una id…
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