Mariana caminaba con parsimonia hasta el paradero de taxis donde acostumbraba a tomar uno que le llevaba, como todos los días, de regreso a casa. Vivía sola y hacía unos meses venía pensando en su futuro. Soñaba con casarse algún día, tener hijos, moldear su vida de ese modo en que terminaban las historias felices de las novelas que había leído cuando era adolescente. En el capítulo de tener hijos, lo más cercano que actualmente Mariana percibía eran los alumnos del colegio en el que trabajaba. Llevaba casi un lustro con la misma rutina: durante todo el año se encariñaba con ellos y luego tenía que asimilar la idea de no volver a verlos porque iba a recibir a nuevos alumnos, pues ella sólo daba clases de primer grado, así estaba estipulado en su contrato. Cuando inició las clases en reemplazo de la profesora anterior, pensó que aquel iba a ser como el resto de años. Pero claro, en la vida las sorpresas no respetan expectativas y aparecen para romperlas.
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