[La historia de Daniel] Capítulo 3

Mientras iba en el carro, Daniel miraba a través de la ventana las calles y los jardines de las casas, preguntándose cuándo le tocaría tener un jardín para él completo y regalárselo a la señorita Mariana. La señora Beatrice, su madre, lo observaba callada desde el volante. Nunca había visto a su hijo tan sumido en un estado taciturno. Pensó incluso que se parecía mucho a su padre al arrugar la nariz, ese gesto inconfundible de que algo le rondaba la cabeza. Beatrice había aprendido a leer ese tipo de comportamientos y su sentido maternal le decía que algo andaba fuera de lugar en los recovecos mentales de su hijo.

—¿Daniel?

—¿Sí, mami?

—¿Cómo te fue hoy?

—Bien —respondió Daniel, sin apartar la vista de la ventana.

—¿La señorita Mariana te dejó tareas?

—Ajá...

—¿De qué?

—De las sílabas.

Daniel no dijo nada más durante casi un minuto.

—¿Ocurre algo, cariño?

—No, nada. Tengo hambre.

Ella pensó que, para tan temprana edad, Daniel había aprendido a usar pretextos como si fuese un adulto. Debió aprenderlo de su padre, pensó. Con tal de evadir un tema, era capaz de escabullirse hasta con el pretexto de ir al baño. De tal palo, tal astilla.

Cuando llegaron a casa, vio cómo su Daniel bajó corriendo con dirección al jardín.

—No olvides lavarte las manos, que ya vamos a almorzar —le dijo antes de que lo perdiera de vista.

—No, mami.

Minutos después, sentados a la mesa, mientras almorzaban, el señor Rafael, padre de Daniel, le hizo una pregunta a su hijo: