Silencio. Silencio y frío, como una corriente que se esparce por las venas apagando los sentidos y alejando el mundo en un túnel de colores e imágenes cuya salida le abandonaba en contra de su voluntad. Lo último que había logrado retener consigo antes de perder la conciencia y sumergirse en la paz narcótica que prometía aquel baño químico fue el recuerdo de las palabras de su madre y aquel abrazo del que nunca hubiera querido despegarse.
—El doctor te va a curar, mi amor. Todo va a salir bien, ¿de acuerdo? Cuando salgas te vamos a estar esperando aquí y volveremos a casa para que puedas jugar con Miguelito. Te amamos, cariño. No lo olvides.
Beatrice había pronunciado aquellas palabras con sabor a despedida antes de ver a su hijo siendo ingresado por los enfermeros al quirófano.
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