La ciudad de los recuerdos
Un texto incluido en mi libro homónimo «La ciudad de los recuerdos»
Domingo 25 de octubre, 2020
Querida amiga, ojalá supieras cuánto te echo de menos, aunque haya intentado huir de los espejos que siempre me devuelven lo que soy por dentro. He intentado ignorar aquello que me compone: esa ciudad que tiene tu nombre en cada calle, que pone tu rostro en cada esquina, como si quisiera adornar su paisaje urbano tan gris con tu belleza tan luminosa. Me pregunto a quién se le ocurriría, querida amiga, reducir tu belleza a un cuadro en el que rascacielos y avenidas se enredan en un horizonte infinito. Tú vales más que eso. En mis recuerdos es el infinito el que te imita, son las ciudades las que sueñan contigo. Admito que intenté huir, pero nadie que sepa de laberintos garantiza que se pueda salir de uno en tiempo récord. Cada vez que camino por las avenidas de esta urbe descubro escenarios que fungieron de telón de fondo de nuestros encuentros. Las paredes me devuelven nuestras palabras, las aceras me recuerdan todos nuestros pasos. Y quiero que sepas que, aunque no he querido, te he buscado; que, aunque nunca me lo propuse, terminé echando de menos el refugio que creabas con un abrazo, el universo que me instalabas con un beso.
Querida amiga, he escuchado tus canciones, he leído nuestros mensajes, he rescatado nuestras fotos como si se tratasen de un tesoro invaluable. Hay recuerdos que son como un búmeran: al lanzarlos lejos tarde o temprano vuelven, aunque no queramos. Pero entre el momento del lanzamiento y el momento del retorno transcurre un intervalo de tiempo en el que avanzamos por la vida casi a la deriva, y es ese transitar prácticamente a ciegas lo que nos hace correr el riesgo de interferir en el trayecto del retorno. El impacto se puede presentar en momentos puntuales, a través de lugares ya vistos, personas cuyos nombres abren un episodio de nuestra historia que siempre estuvo velado pero no ausente. Son esos episodios los que nos devuelven las vivencias pasadas, como proyecciones imprevistas de una película que todo este tiempo se había mantenido oculta en la profundidad de los archivos de nuestra memoria. Lo cierto es que al recordar volvemos al precipicio del abismo del que ya antes habíamos salido. Y volvemos a caer. Caemos porque somos débiles, o quizá porque no hemos sabido convertir nuestros recuerdos en figuras geométricas que encajen entre sí hasta congeniar fluidamente en el rompecabezas de nuestra vida.
Pero te echo de menos y no lo niego. Echo de menos tu espontaneidad, tu naturaleza, tu mirada que calmaba y provocaba tormentas, porque a veces eras tú tan despejada, y otras tu cielo se ponía tan nublado que las lluvias eran inminentes, y te inundaban por dentro. No negaré que quise que te fueras, que sigo queriendo ignorar todos los caminos que me llevan a rescatar tu nombre del naufragio del olvido. No lo niego porque soy humano, y mi naturaleza me lleva a dirigir por carriles opuestos todos mis ideales. Sin embargo, quiero que sepas también que, sin importar que mis propias convicciones levanten muros a mi costa, todavía me queda suficiente fuerza o ingenuidad para admitir que te quiero, que no he dejado de quererte, porque en mí todavía vive aquel que te tomaba de la mano al caminar, aquel que te abrazaba sin permiso, aquel que te sonreía como si tú fueses el cumplimiento de una promesa maravillosa. Vive aquel al que no le importa lanzar todos los búmeran del mundo porque siempre va a ser feliz recordándote, viviéndote como aquellos días en los que fuimos más cómplices que compañeros, más amantes que amigos, más de aventuras que rutinas.
Sea donde fuere que te encuentres, has de saber que intento vivir con todo lo que dejamos pendiente, escribiendo esos capítulos de nuestra historia en los que quise creer que me abrías las puertas de tu vida sólo para descubrir, al final, que quien abría las suyas era yo para ti. Y nunca entraste. Espero que estés bien, lejos del peso que supone vivir una realidad que no te gusta, y viendo por fin tus planes florecer como los girasoles que tanto te gustaban. Ya no huyas, ya no te culpes, ya no te quejes. Hazlo por aquel que fui contigo, hazlo por esa versión tuya que alguna vez me quiso. Hazlo por los dos cuando todavía éramos soñadores. No permitas que eso se pierda, que el tiempo termine por diluir nuestros nombres, nuestras sombras, nuestros lazos que, aunque enterrados, todavía nos devuelven al inicio del camino, como un búmeran que recorre su trayecto de manera constante, y nos arrastra consigo inexorablemente. Déjate llevar por la nostalgia. A lo mejor puede ser la última vez que lo hagas y me encuentres en el camino, esperándote. Esa ciudad de los recuerdos es lo único que nos queda, porque en ella viven todavía las calles y los lugares en los que nos refugiábamos cada vez que nos atrevíamos a olvidar que tú y yo sólo éramos amigos.
¡Gracias por leer!
Este texto pertenece a mi libro La ciudad de los recuerdos. Si te gustaría echarle un vistazo, te dejo el botón con el enlace a Amazon. Me honraría que le dieras el privilegio de ocupar un espacio en tu biblioteca personal.