Esta semana ha estado cargada de emociones. Por un lado, la publicación de mi nuevo libro «La distancia de mis amores» ya es una realidad. Es la primera vez que hago preventa de un libro mío, y también es la primera vez que, de forma oficial —es decir, fuera de las plataformas de autoedición en que publico, como Amazon y Autores Editores— uno de mis libros se imprime en México. Aquí tengo que hacer una mención especial a Diana Glez, sin la cual no hubiera podido llevar a cabo este proyecto: ella se ha encargado de la logística del libro, armando los respectivos paquetes y enviándolos de primera mano a los lectores.
Por otro lado, el trabajo ha estado bastante exigente. Soy alguien acostumbrado a la soledad y el silencio, y el dedicarme al comercio me obliga a renunciar a esas dos cosas que amo, lidiando con proveedores, con clientes, y ni hablar de la competencia. Es un camino que me resulta tedioso pero también, si lo veo de forma más optimista, me enseña bastante. Nadie dijo nunca que ser adulto era tarea fácil. Siempre voy a preferir el sosiego de la lectura y la escritura, y el exponerme al ajetreo del bullicio es algo a lo que, por mucho que lo viva a diario, nunca voy a terminar de acostumbrarme.
También tuve la entrevista con Pepe Cantellano a través de Facebook. Esa conversación fue un respiro en todo el caos que llevaba acumulado hasta entonces. Pepe es un tipo genial, sencillo y entusiasta. El empeño y la dedicación que tiene a su programa me inspiran un gran respeto y admiración, y creo que todo el mundo debería conocer su trabajo. Es de las pocas personas que conozco que realmente merecen todos los elogios que reciben.
Esta semana estuve también a punto de enfermarme por segunda vez —¿o tercera?— este año. Los días amanecen nublados, el frío es más intenso y el resultado fue un bajón de ánimos y defensas, por lo que una de estas tardes me invadió un malestar general que me hizo desear no salir en todo el día. Pero, al vivir solo, al ser independiente, el quedarme en cama no es un lujo que puedo permitirme. He llegado al punto de mi vida en que hago las cosas que debo en lugar de las que quiero. Ese sentido de responsabilidad, si bien ya lo tenía desde adolescente, hoy cobra un protagonismo determinante en mis días.
Todo eso sin mencionar mis pendientes editoriales. Toda la semana estuve revisando documentos, corrigiendo textos, y llegué al punto de no querer ni siquiera encender la laptop para poder descansar un poco los ojos.
Me alejé un poco de las redes e incluso de algunas amistades. Es verdad que no tengo presiones tan grandes, pero aun así necesitaba desactivar ciertos focos de atención para dedicarme a lo más importante. Supongo que, o soy bastante sensible al estrés, o simplemente me falta madurar un poco más. Pero me es imprescindible concentrar mi energía en aquellas cosas que ocupan los primeros lugares de mi lista de prioridades.
Sea como fuere, lo cierto es que los domingos son los días de la semana que más disfruto. Hoy bajé a desayunar un exquisito chancho mechado, plato que se ha vuelto infaltable en mis rutinas mañaneras dominicales, y escribo esto pensando en disfrutar el resto del día en la tranquilidad de este cuarto que alquilo y en el que llevo viviendo ya más de un año y medio. Pese a todo, he sabido tener paciencia, resistir y persistir. Tan mal no lo estoy haciendo.
La intensificación del invierno apenas comienza, así que me esperan días en los que tendré que abrigarme hasta para ir al gimnasio, al que, por cierto, tampoco puedo darme el lujo de faltar. En años anteriores nunca entrenaba cuando hacía frío, pero esa opción ahora ya no la tengo, o no quiero tenerla, mejor dicho. La constancia ha de ser la columna vertebral de mi progreso.
Y, como siempre, gracias por leerme hasta aquí.
Les dejo la canción que estoy escuchando ahora mismo, a lo mejor también les puede gustar. Es de mis películas favoritas.
¿Cómo ha estado su semana, lectores? Sinceramente, espero que muy bien. Les mando un abrazo desde este rincón del mundo. 🫂
Con cariño:
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