Sólo eres un recuerdo, ¡pero qué recuerdo!
Te impregnas en la esencia de mis pensamientos:
lo que observo, inevitablemente,
lo termino relacionando contigo.
Y mi mundo se va adaptando
a la forma que tenías de verlo todo,
como si estuvieses remodelando a distancia
esta existencia que nunca creí que fuera importante.
Sólo eres un recuerdo,
pero también eres mi prisma predilecto:
las formas, los contornos, los colores,
son tuyos más que míos,
y los lugares que me reciben
se encienden con el calor de tu existencia,
aunque no estés cerca.
Sólo eres un recuerdo,
¡pero qué recuerdo!
Si después de ti,
ya nada volvió a su normalidad de antes:
convertiste todas las ruinas de mi vida
en capítulos inéditos de una novela hermosa.
Me recuerdas a los poemas, sobre todo a los de verso libre, porque es de lo que más llena está tu alma: las ansias de libertad, la fuerza imperiosa de concretar tus sueños, y no te limitas. Te proyectas, planificas, ejecutas y en ninguna de esas etapas hay pérdida, porque la experiencia te hace sabia, y cuando observas la luna o las estrellas, estoy seguro —aunque no lo sepas— de que son ellas las que admiran tu belleza.
Sólo eres un recuerdo,
pero también eres
un anhelo vivo,
una mágica fosforescencia
que da lugar a las auroras boreales
que adornan el mundo donde nacen los poemas.
Te pareces a la prosa poética, porque estás hecha de magia, de profundidad y belleza lírica. Eres un verso bien fabricado, una frase que no se improvisa, un poema que se construye como un alfarero construye una vasija. Así como el escritor trabaja y pelea cada palabra para dotar de belleza y sentido a un texto, tú pareces haber sido esculpida por alguien que sabía muy bien que la arquitectura de tu alma, de tu cuerpo, de tus ojos, de tus labios, de tu cuello, debían desafiar las leyes de la cordura. Rompes esquemas, señorita. La matriz de la poesía debió surgir el día que naciste.
Sólo eres un recuerdo, ¡pero qué recuerdo!
Y hoy comprendo por fin
que me gusta escribir más
desde que tú me inspiras.
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