Oye, señorita, qué bonita traes la sonrisa esta mañana de junio. Me parece que la ciudad se ve más alegre desde que las flores de tu vestido juegan a darle forma al viento. Caminas y tus pasos son luminiscentes, y cómo no, si desde que te veo con ojos de poeta incluso tu sombra alumbra los rincones de las calles que visitas.
Eres musa, señorita. Musa de suspiros, musa de miradas furtivas, musa de sueños que se evaporan al primer contacto con el resplandor de la mañana. Eres también musa de recuerdos, porque aunque nunca nadie te haya tenido, sé que más de uno pasa los días recordando ese pasado a tu lado que nunca existió, como un préstamo pagado por adelantado. Eso, al menos, es lo que ocurre conmigo. No recuerdo este lugar antes de ti. Yo comencé a ser consciente de lo hermosa que es la vida justo en el instante de saber de tu maravillosa existencia. Me veo por ahí, caminando sin rumbo, coleccionando paraderos vacíos, buses de rutas fantasmas, viendo a través de las ventanas cómo desfilaban los edificios como acantilados hundidos.
Todo eso hasta que llegaste. Quién me hubiera dicho que con sólo verte sonreír volvería a recordar mi nombre, porque me sentí afortunado al saber que tú y yo compartíamos un rincón del mundo velado al resto. Nos encontramos cuando nadie ve, nos bebemos los labios cuando la sed nos embarga, y en esas noches en las que el invierno amenaza con congelarnos hasta los recuerdos, nos dedicamos a abrigarnos con la piel del otro.
No hay, señorita, vida que contemple más allá de tus labios, amor que sienta tan propio como el que me entregas, ilusión para amarte más que las que nacen cuando te miro. No hay cielo más allá de tu sonrisa, espejo más sincero que tus ojos, frío más sólido que tu silencio, secreto mejor guardado que lo que me susurras entre las cuatro paredes que llamamos hogar. No concibo mejor viaje que el que experimento al besarte, verano más cálido que tu piel sobre la mía, porque lo abarcas todo, lo gobiernas todo, lo posees todo, y todo es mejor contigo, porque al tenerte yo lo tengo todo, porque todo se resume en ti.
Tú eres la razón por la que el mundo no me parece tan malo. Luego de tantos años enfrentando desilusiones, haber dado contigo ha sido como resolver un enigma centenario. Por eso te amé como se ama un misterio: no por querer conocer aquello que ocultabas, sino por querer formar parte de él, disfrutarlo del modo en que se disfrutan los secretos compartidos. Me atrajiste, me soñaste, me envolviste en tu gravedad y orbité a tu alrededor. Me convertí en tu satélite más cercano, en tu cómplice de aventuras, en el confidente de tus secretos.
Por eso me siento afortunado, señorita. Porque en ocasiones sólo eso nos embellece la vida: un deseo recíproco, un instante que nos inspira levantar los ojos al cielo para dar las gracias por lo que estamos viviendo. Mi vida fue bella desde que, con un abrazo, lograste restablecer mi vínculo con la esperanza.
Leer cada palabra tuya es recordar y volver a vivir
Amé cada letra, cada palabra me inspiró y las frases me llevaron a pensar en ese amor que deje pasar.