Querido lector:
El otro día, ayudando a una amiga en la configuración de su página web, me hizo la pregunta que da título al correo de hoy: «¿Cómo es que sabes tanto de esto?».
Yo, que no estoy acostumbrado a los halagos que resalten cualidades mías que no tengan que ver con el manejo de las palabras, inflé el pecho de orgullo y esbocé una sonrisa sincera a modo de agradecimiento. Le expliqué que hay cosas que, con la práctica, se vuelven habituales, y que estar en el mundo del internet por tanto tiempo siempre deja conocimientos que no se olvidan y que yo comparto con muchísimo gusto.
Pasados unos días, me tocó ayudar con lo mismo a otra amiga, y me hizo la misma pregunta: «¿Cómo es que sabes tanto de esto?». Me pareció algo curioso y a la vez muy gratificante. Ella luego me dijo algunas cosas, dándome a entender que le parecía increíble todo lo que yo sabía y que se sentía con mucha suerte por poder contar conmigo.
Como podrás imaginar, a mí me dolía la cara de tanto sonreír.
Creo que no hay nada más halagador que alguien resalte tu inteligencia, tu forma de resolver problemas, el conocimiento que tienes pero, sobre todo, tu manera de aplicarlo en tareas específicas.
A mí, por ejemplo, esta pregunta que recibí —en dos ocasiones, por personas distintas— me hizo sentir útil, valorado. Más allá de las cuestiones monetarias, hay una satisfacción interna que no tiene precio y que se obtiene a cambio de ofrecer apoyo sincero.
Las preguntas de mis amigas las sentí genuinas, como que realmente sintieron que las estaba ayudando, que estaba aportando a sus proyectos, que podían contar conmigo.
Me parece que hay siempre algo en nosotros que podemos compartir con las personas que apreciamos. Como comprenderás, no hablo de cosas materiales, sino de conocimientos. Y aunque estos pequeños gestos no cambien el mundo, tengo la certeza de que podrían resultar de valor para quienes nos necesitan, y sólo por eso vale la pena dedicar tiempo y atención a eso.
Sin más, me despido por hoy, hasta la próxima carta.
Con cariño: