Es curioso cómo antes pensaba en el desapego como algo que no tiene ningún tipo de relación con el amor. Que el amor y la necesidad mutua debían ser un vínculo inquebrantable. Que, en una pareja, ninguno de los dos debía concebir su existencia sin la otra persona. Que sin apego, sin dependencia, sin obsesión, no hay amor.
Seguramente, por mis constantes experiencias que me hicieron conocer la amarga crueldad de la soledad impuesta (aquella soledad que no se elige, la soledad involuntaria), poco a poco aprendí a desprenderme de la idea de mantenerme atado a una persona. El miedo a perderla, a no tener el control; y mi tendencia a pensar que su lugar estaba conmigo y el mío con ella, con el tiempo fueron desapareciendo.
Y creo que me desprendí de todos esos miedos cuando aprendí a amar mi libertad. Siempre he sido independiente, autodidacta, solitario, pero, cuando me enamoraba, ese orden de prioridades cambiaba radicalmente. Aparecían la constante sensación de pertenecencia y permanencia, y pensaba que lo mismo debía pasarle a ella: que debía necesitarme para ser feliz, porque mi felicidad también dependía de ella. Sin embargo, una serie de acontecimientos hizo que comenzara a ver la soledad como una ventaja y no sólo como un estado ordinario de mi existencia. Pude desarrollar mis habilidades en cada vez más cosas, hasta sentirme realizado y con la capacidad de dominar todas las áreas de mi vida persiguiendo el objetivo de construir una mejor versión de mí mismo.
Fue así que aprendí a ver con otros ojos al resto de personas. Me di cuenta de que, en el fondo, todos tenemos un anhelo intrínseco de no sentirnos atados a nada ni a nadie, y que la libertad es un tesoro invaluable que nos permite disfrutar con plenitud de nuestra vida siendo dueños de cada decisión y de cada paso que damos en ella. Comprendí que un buen uso de la libertad no sólo garantiza una relación sana con otra persona, sino también una autorrealización integral completamente satisfactoria.
Me reconcilié con la idea de que el desapego sí que tiene que ver mucho con el amor, sobre todo con el más importante: el propio. No hablo de un desapego como un sustituto de desentendimiento o indiferencia, sino como un complemento de la no dependencia. Con esto no quiero decir que no podamos, de cierta forma, necesitar de la otra persona, ya que no tendría sentido formar vínculos si no hay un intercambio, una reciprocidad. Yo hablo más bien de una dependencia rayana en la obsesión, algo que puede llevar a la relación a un nivel de toxicidad cegadora que termina por afectar a ambos.
Y creo que lo mismo ha de aplicarse a las amistades. Uno siempre se va a relacionar mejor con aquellos que le inspiran confianza, cuya compañía puede elegir de forma completamente voluntaria, y se sentirá a gusto dentro de una relación o un grupo en el que siempre es elegido. En otras palabras, uno siempre estará más seguro dentro de un hogar, y la sensación de hogar parte de la certeza de que siempre habrá un sitio al que podrás regresar si te ausentas, y en el que cada vez que regresas siempre serás bienvenido.
El amor es desapego, pero también unión. Y creo que ahí radica también la libertad: tener la determinación de elegir amar, no de necesitar hacerlo. El amor no es una cadena, o una atadura; es una decisión de dos personas que se eligen libremente, un paso voluntario, una acción que va más allá de los sentimientos o las emociones.
Desapegarse, respetar espacios, generar la calidez de un hogar: la fórmula perfecta para una relación que se forjó desde la libertad.
Tenía este tema dando vueltas en mi cabeza desde hace unos días. Más allá de los textos inéditos, comenzaré a compartir reflexiones de este tipo. No sólo habrá poesía en este espacio.
¡Gracias por leerme!
Mis libros | IG | Facebook | WhatsApp
"El amor es desapego, pero también unión" ❤️
Eres el mejor. ❤️🔥