Carta 4. Acerca de los sueños y el propósito de vivir
Y una de las lecciones que me dejó Soul cuando la vi
Nunca he podido concebir una vida sin pasiones que seguir. Cuando era niño amaba el dibujo y soñaba con convertirme en el mejor dibujante. Pensaba que todos los adultos trabajaban haciendo lo que les apasionaba, por eso me sorprendía ver, por ejemplo, a algún doctor que era bueno en su trabajo pero que su pasión estaba en el dibujo, o a algún carpintero apasionado por la música, o a un profesor cuya pasión estuviera en una pista de baile. Mi mente infantil asociaba al trabajo con la pasión y no contemplaba la posibilidad de que ambos estuviesen disociados. Para mí el doctor siempre quiso ser doctor, desde niño; el profesor siempre soñó con ser profesor; el carpintero, lo mismo.
Era inevitable que mi dedicación a observar me trajera nuevas cuestiones con el tiempo. De niño iba con frecuencia al mercado y no era raro, luego, preguntarme si acaso la señora que vende verduras soñó siempre con vender verduras, lo mismo con el carnicero, o la dueña de dicha tienda de abarrotes. Pensaba que, de ser esto cierto, debía existir una amplia diversidad de pasiones predeterminadas como para cubrir sectores tan necesarios en la sociedad. Que cada quien nacía con la pasión por el comercio, por la venta de ropa, pasión por la venta de fruta, etc. Ni hablar de cuando iba al centro y veía a los barrenderos, los taxistas, o cuando veía pasar el camión de la basura recorriendo el barrio. ¿Alguien soñó toda su vida con trabajar en eso?
Recuerdo una vez que, hablando con mi madre, me dijo que ella nunca había soñado con ser profesora, sino que siempre quiso ser enfermera. Eso me causó una gran impresión, porque, desde que tengo uso de razón, ella siempre ha dado clases en el colegio donde ha trabajado toda la vida. Pero el choque fue más grande con mi papá. Su manejo de los números, su organización, su disciplina y su determinación le hicieron conseguir puestos importantes en compañías de construcción. Para mí siempre ha sido el mejor en su trabajo, por eso me sorprendió un día en que, hablando de forma más cercana con él, me dijo que a él nunca le habían gustado los números, y que tuvo que aprender para poder conseguir los puestos que quería en las empresas.
Y me puse a pensar en todas las personas que trabajan en aquello que nunca soñaron. ¿Qué les llevó a eso? ¿Qué hay de los sueños que abandonaron? ¿Nunca los retomarán? ¿Se sentirán vacíos? ¿Pensarán a diario en el sueño de ser cantantes, bailarines, dibujantes, pintores, que tuvieron cuando eran niños y que nunca llegaron a hacer realidad? Supuse que esas personas habían llegado a un punto de resignación tal que ya no les dolía haber abandonado esos sueños, que los recordaban con cierta nostalgia pero que aprendieron a vivir en una realidad que no admitía a su yo soñador, y que no por eso se dejaban sumir en la desdicha. De hecho, se veían felices al haber adoptado nuevas pasiones y desarrollarse en ellas. Comprender eso último fue clave: que existen distintas pasiones en la vida, aunque no las vivamos de forma simultánea. Por ejemplo, mi pasión de niño era el dibujo, pero a la edad de quince años comenzó a apasionarme la escritura, y el dibujo lo dejé de practicar por años. Durante mucho tiempo me sentí culpable por ello, por supuestamente haber traicionado los sueños del niño que fui, pero luego, la escritura me dio un nuevo mundo cuyas posibilidades continúo descubriendo.
Ahora ya no me siento culpable, claro. No sólo porque he logrado obtener mucha satisfacción con la escritura, sino también porque he reconocido que la vida no es lineal y, por lo tanto, los sueños tampoco son fijos. Cambian conforme cambian nuestros intereses, nuestras inclinaciones, nuestras circunstancias. Y que la felicidad también está ahí, en dedicarse a lo que a uno le traiga satisfacción y en lo que pueda encontrar un propósito.
Una de mis películas favoritas, Soul, me dio más claridad con respecto a esto. Muchas veces pensamos que venimos a esta vida con un propósito: convertirnos en alguien y trascender para que nos recuerden como ese alguien que fuimos. Que debemos ser reconocidos en la sociedad y, con suerte, dejar huella en la historia. Que debemos seguir nuestras pasiones a como dé lugar. Pero pensar de esa forma puede acarrear mucha frustración, sobre todo si se trata de un empecinamiento peligroso.
La vida no consiste solamente en conseguir un objetivo determinado, como si no hubiesen otras posibilidades. Es el valor que le damos a lo que hacemos lo que realmente cuenta. Una vida dedicada a perseguir una meta trascendental no es menos valiosa que una vida dedicada a apreciar las pequeñas cosas. Dijo 22 en uno de sus diálogos de Soul: «Tal vez mirar al cielo pueda ser mi chispa. O caminar, soy buena en eso de caminar», a lo que Joe responde (parafraseando): «Eso no es una chispa, es sólo una vida normal». Como si «normal» fuera sinónimo de insignificante.
He tenido la idea errónea de que, si no te dedicas al arte que te apasiona, serás infeliz el resto de tu vida, lo mismo si te dedicas a una profesión empujado por la necesidad más que por un anhelo propio. Y no es así. No hay nada de malo en que los sueños no se cumplan, pero sí en que nuestra vida se termine con ellos. Debemos contemplar la posibilidad de no rendirnos, de adoptar nuevos sueños, o de simplemente darle un nuevo significado a nuestra vida. Después de todo, el significado de la vida depende de cada quien, lo mismo con la felicidad y, por supuesto, con el propósito. Muchos optan, por ejemplo, por llevar una vida sencilla, «normal», alejada de la pretensión de la trascendencia pero orientada a una conexión profunda con los demás, a compartir experiencias y crear recuerdos con sus seres amados, sean estos amigos o familiares. Y eso sigue siendo algo maravilloso.
Para resumir lo que he aprendido hasta ahora, podría decir que a veces el propósito de la vida es simplemente eso: vivir. Que no hay nada dicho, nada determinado. Los sueños que tuvimos de niños no necesariamente han de ser los mismos que cumplimos siendo adultos. Importa más el proceso de alcanzar un sueño que el sueño en sí ya realizado. Si perseguimos un objetivo, no debemos caer en la obsesión si no lo cumplimos. Que está bien cambiar, fallar, probar nuevas cosas. Que lo más importante, al final, son las experiencias, y si son compartidas, mucho mejor. Después de todo, son también las personas que amamos las que les dan sentido a nuestra vida, y la razón por la que procuramos cumplir los sueños que tenemos.
Como dijo Joe Gardner casi al final de la película:
No sé qué voy a hacer con mi vida, pero sí se que voy a vivir cada minuto de ella.
Me gustaría, algún día, desarrollar más cada idea que he planteado en esta carta, pero por ahora lo voy a dejar aquí.
Quiero que, si te apetece, me comentes cuál crees que es, para ti, el objetivo de la vida. ¿Persigues lo que te apasiona, o te apasiona simplemente el hecho de vivir? Me gustaría leerte en comentarios.
Hasta una nueva carta.
Con cariño:
Inefable 😍
Me encanta ❤️
Yo creo que es así como dices, el propósito de la vida es el que queramos darle. Gracias por compartir tus maravillosas letrass, por cierto Soul también es de mis pelis favs😍✨